“EDIFICA SIN TEMOR” 11/24/2024 PASTOR DARRY CROSSLEY

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RESUMEN
TEMA
El tema de la prédica se centra en "La confianza en Dios durante las batallas de la vida". El pastor explicó cómo, al igual que Israel enfrentaba guerras con enemigos aparentemente superiores, los creyentes hoy también enfrentan desafíos constantes. Sin embargo, Dios no solo nos llama a luchar, sino también a edificar: nuestras casas, nuestras familias y nuestras vidas espirituales. El mensaje enfatiza que no debemos temer porque Dios está con nosotros, guiándonos y dándonos victoria, incluso en medio de nuestras limitaciones y fallas.

VERSICULOS USADOS
Deuteronomio 20:1
“Cuando salgas a la guerra contra tus enemigos, si vieres caballos y carros, y un pueblo más grande que tú, no tengas temor de ellos; porque Jehová tu Dios está contigo, el cual te sacó de tierra de Egipto.”
Este versículo introduce el tema central de confiar en Dios. El pastor explicó que Israel, siendo un pueblo pequeño y sin recursos militares, debía enfrentar ejércitos más grandes y mejor equipados. Sin embargo, su fortaleza no estaba en su número o armamento, sino en Dios, quien los había liberado de Egipto de manera milagrosa.

Deuteronomio 20:2-4
“Y cuando os acerquéis para combatir, se pondrá en pie el sacerdote y hablará al pueblo, y les dirá: Oye, Israel, vosotros os juntáis hoy en batalla contra vuestros enemigos. No desmaye vuestro corazón, no temáis, ni os azoréis, ni tampoco os desalentéis delante de ellos; porque Jehová vuestro Dios va con vosotros, para pelear por vosotros contra vuestros enemigos, para salvaros.”
Aquí se destaca el papel del sacerdote como líder espiritual, encargado de fortalecer al pueblo antes de la batalla. El pastor enfatizó cómo Dios siempre da instrucciones claras para enfrentar las adversidades, y esas instrucciones incluyen el llamado a no temer ni desmayar, porque Él mismo pelea por nosotros.

Deuteronomio 20:5-7
“Y los oficiales hablarán al pueblo, diciendo: ¿Quién ha edificado casa nueva y no la ha estrenado? Vaya y vuélvase a su casa, no sea que muera en la batalla y algún otro la estrene. ¿Y quién ha plantado viña y no la ha disfrutado? Vaya, y vuélvase a su casa, no sea que muera en la batalla y algún otro la disfrute. ¿Y quién se ha desposado con mujer y no la ha tomado? Vaya, y vuélvase a su casa, no sea que muera en la batalla y algún otro la tome.”
En este pasaje, Dios establece que aquellos con asuntos pendientes no deberían ir a la guerra. El pastor explicó que esto demuestra cómo Dios valora el compromiso total y la inversión personal. No quería que los soldados lucharan con distracciones o falta de propósito.

Éxodo 14:21-22
“Y extendió Moisés su mano sobre el mar, e hizo Jehová que el mar se retirase por recio viento oriental toda aquella noche; y volvió el mar en seco, y las aguas quedaron divididas. Entonces los hijos de Israel entraron por en medio del mar en seco, teniendo las aguas como muro a su derecha y a su izquierda.”
El pastor mencionó este evento para recordar el poder de Dios para salvar a Su pueblo en situaciones imposibles. Este acto sobrenatural demostró que el Dios que abrió el Mar Rojo es el mismo que pelea nuestras batallas hoy.

Nehemías 4:17
“Los que edificaban en el muro, los que acarreaban y los que cargaban, con una mano trabajaban en la obra, y en la otra tenían la espada.”
Este versículo fue usado para ilustrar la necesidad de balancear la lucha espiritual con la construcción del reino de Dios. El pastor destacó que, al igual que en los días de Nehemías, debemos estar siempre listos para edificar y pelear al mismo tiempo.

IDEAS PRINCIPALES
No temas":
El temor es el enemigo más grande de la fe. El pastor explicó que Dios no solo ordena no temer, sino que también asegura Su presencia y ayuda constante.

"Confía en el poder de Dios":
Dios es más poderoso que cualquier adversidad. Él es el que sacó a Israel de Egipto, y esa misma fuerza está disponible para nosotros.

"Estar invertido en la causa de Dios":
Dios no quiere soldados indiferentes; quiere personas comprometidas que valoren lo que están defendiendo (familias, casas, ministerios).

"Construye mientras luchas":
Al igual que Nehemías, el pastor enfatizó que no solo peleamos, sino que también edificamos para el reino de Dios.

IDEAS SECUNDARIAS
La fragilidad humana no limita a Dios:
Aun con nuestras fallas y debilidades, Dios puede usarnos poderosamente. El pastor dio ejemplos de cómo Israel no era un ejército profesional, pero Dios les daba la victoria.

La importancia de la gratitud:
Ser agradecidos con Dios, incluso en medio de los problemas, nos permite tener una perspectiva correcta y ser más felices.

La verdadera prosperidad:
Prosperidad no es tener riquezas materiales, sino tener más de lo necesario para vivir. El pastor destacó que José, aunque esclavo, era considerado próspero.

Luchar contra el desánimo:
El desánimo es otra herramienta del enemigo para detenernos. Por eso, Dios ordena no desmayar y seguir adelante con valor.

APLICACIÓN Y PRACTICA EN LA VIDA CRISTIANA
Confiar en Dios en las dificultades:
Recordar que Dios pelea nuestras batallas nos ayuda a enfrentar problemas con fe y sin temor.

Invertirse en la obra de Dios:
Participar activamente en la iglesia, en nuestras familias y en nuestra relación con Dios, viendo todo como parte de Su propósito.

Edificar y luchar al mismo tiempo:
Balancear nuestras responsabilidades espirituales y terrenales, asegurándonos de no descuidar nuestra relación con Dios.

Ser agradecidos:
Aprender a agradecer a Dios por lo que tenemos, en lugar de enfocarnos en lo que nos falta.

NOTAS
• Referencia al contexto histórico de Deuteronomio y las leyes sobre la guerra.
• Ejemplos prácticos de cómo Dios mostró Su poder en Egipto y en las batallas de Israel.
• Ilustraciones modernas sobre el compromiso y la inversión personal en la obra de Dios.

CONCLUSION
El pastor concluyó llamando a la iglesia a reflexionar sobre su compromiso con Dios. Recordó que no necesitamos perfección ni recursos extraordinarios, sino disposición y fe. Dios pelea nuestras batallas, y nosotros debemos edificar en Su nombre, sin temor ni desánimo.

REFLEXION
La prédica nos invita a evaluar dónde estamos poniendo nuestra confianza. ¿Estamos permitiendo que el temor y el desánimo nos detengan? ¿Estamos edificando algo eterno en medio de nuestras luchas? Dios nos llama a ser soldados comprometidos, agradecidos y llenos de fe, sabiendo que Él está con nosotros y que Su poder es suficiente para darnos la victoria.
"No temas. Confía en tu Dios. Él pelea por ti."

TRANSCRIPCION
"Vamos a leer en el libro de Deuteronomio... digo, Testamento, Deuteronomio. Gracias a Dios, aquí en este libro... Este libro es parte de lo que llamamos el Pentateuco, que contiene la ley. Sí, la ley está en parte en Éxodo, parte en Levítico, parte en Números, y también aquí, en este libro de Deuteronomio. Y en base de eso, prácticamente toda la Biblia está sobre esa base. Gracias a Dios por el Espíritu Santo que tenemos en el Nuevo Testamento.
Pero, aun así, mucho de lo que está en el Antiguo está incorporado en el Nuevo Pacto, en el Nuevo Testamento de Dios con nosotros. Esta no es una ley que se nos aplica, pero sí tiene su significado para nosotros en cuanto al espíritu. Y aquí, en Deuteronomio 20, usted nota que, si tiene una Biblia más común, hay unas letras antes del capítulo que dan el significado de lo que sigue. No es escritura, no es Biblia, sino que está agregado para darnos a entender qué es lo que sigue, cuál es el párrafo que sigue. Y aquí dice: ‘Leyes sobre la guerra.’
Vamos a leer comenzando en el versículo 1. Dice:
“Cuando salgas a la guerra contra tus enemigos, si vieres caballos y carros y un pueblo más grande que tú, no tengas temor de ellos, porque Jehová tu Dios está contigo, el cual te sacó de tierra de Egipto. Cuando os acerquéis para combatir, se pondrá en pie el sacerdote y hablará al pueblo, y les dirá: ‘Oye, Israel, vosotros os juntáis hoy en batalla contra vuestros enemigos. No desmaye vuestro corazón, no temáis ni os azoréis, ni tampoco os desalentéis delante de ellos. Porque Jehová vuestro Dios va con vosotros, para pelear por vosotros contra vuestros enemigos, para salvaros.’”
¿Los oficiales hablarán al pueblo diciendo: '¿Quién ha edificado casa nueva y no la ha estrenado? Vaya y vuélvase a su casa, no sea que muera en la batalla y algún otro la estrene.'? ¿Quién ha plantado viña y no ha disfrutado de ella? Vaya y vuélvase a su casa. No sea que muera en la batalla y algún otro la disfrute. Y ¿quién se ha desposado con mujer y no la ha tomado? Vaya y vuélvase a su casa. No sea que muera en batalla y algún otro la tome.”
Vamos a orar:
Señor Jesús, gracias por tu Palabra, por lo que Tú haces y dices a nosotros, Señor, para animar nuestro corazón y alentar a tu pueblo. Háblanos, oh, Dios, por medio de tu Palabra, por medio de tu Espíritu. Ayúdanos, Señor, a creer en ti, a vivir para ti y a hacer para ti. Pedimos esto en el nombre de Jesucristo. Amén.
Pueden tomar asiento. Hermanos, que el Señor los bendiga. Y si pusiera título a este mensaje, sería: ‘Edifique sin temor.’ Edifique sin temor.
Ahora, en esta primera porción que hemos leído, no habla de edificar, salvo la casa. Pero interesante aquí, que hasta para la guerra, Dios puso leyes. Nosotros, hoy día, nos parece un poco anticuado, ridículo, por un lado. ¿Cómo se va a poner leyes sobre la guerra? En sí, la guerra prácticamente está sin ley.
No es una nueva idea. Más aún, en tiempos modernos, las naciones de la tierra, las que tienen más ejércitos, más influencia, hicieron un pacto en Europa, en una ciudad que se llama The Hague, está en Bélgica. Y ahí hicieron una convención, 1800 y algo, después, primeros de 1900, y querían formar un tratado de paz. Una manera de poner leyes sobre la guerra en sí.
No tomaron estas leyes de Deuteronomio, pero sí trataron de poner leyes entre Rusia, Estados Unidos, Francia, Alemania, Gran Bretaña. Querían poner leyes sobre la guerra. Y de esta manera, todos nos vamos a adherir a este pacto y va a estar mejor el mundo.
El fin fue hacer un mundo sin guerra. Ahora, hermanos, no mucho después de eso vino la Primera Guerra Mundial, y deshizo todo lo que ellos firmaron en el tratado. Ninguno se adhirió al tratado. Se usó gas tóxico, invadieron países neutrales, no respetaron leyes sobre los prisioneros de guerra. Hermano, el tratado no funcionó.
Y hasta hoy en día, en The Hague, hay un edificio y hay gente empleada para promover esa convención. Pero no sirve de nada. De nada ha servido, porque en sí no pudo guardar la ley que ellos mismos pusieron.
No sé si Israel hizo caso a esta ley o no. A veces leemos la Biblia y creemos que Israel respetó todas sus leyes, pero no es así. No cumplieron la ley en cuanto a Dios, y menos cumplieron la ley en cuanto a tierra. Hay una ley que ellos tenían, que cada 50 años tenían que hacer una devolución de tierras, tenían que liberar a los esclavos.
No hay registro de que Israel guardó esas leyes. Dios las puso por un fin, con un cierto resultado en su mente. Pongo esta ley no para ponerle, sino pongo esta ley para que haya esta situación resuelta. Pongo esta ley para que no suceda esto. Pongo esta ley para que sí suceda lo otro.
Pongo esta ley para que sí suceda lo otro. En sí, si se pone ley por poner ley, no sirve de nada. Pero al poner una ley que tiene un fin bueno en mente, sirve. Esa ley, aunque no se cumpla, igual sirve.
Aún en nuestro país, aquí en Estados Unidos, como en cualquier país representado aquí en las bancas, hay leyes en su país que son buenas leyes, pero nadie las cumple. En sí, hay leyes que usted puede decir: "No, no, no, la ley dice esto". Y el juez dice: "No importa lo que diga la ley, yo digo esto". O la policía dice eso.
Hasta los que están en la misma justicia, ni hablar de los que no están en la justicia, porque ellos, por supuesto, no van a cumplir. Pero no quiere decir, hermanos, que, porque no se cumpla una ley, esa ley no es buena.
Gracias a Dios, hermanos, aunque nosotros no cumplamos todo lo que Dios nos impone o todo lo que Dios quiere que respetemos, no quiere decir que está fallada la ley o que ha fallado Dios. Fallados somos nosotros. Somos nosotros los que estamos infringiendo la ley. No es mala la ley.
Y aquí, en lo que puso Dios, me encanta que dice: “Cuando salgas a la guerra, si vieres más gente, si vieres un pueblo más grande que tú, si vieres caballos y carros…”
Israel no tenía caballos ni carros, especialmente en el tiempo de Moisés cuando él está escribiendo aquí en Deuteronomio. No tenían soldados. No había soldados en Israel. Inclusive en todo el libro de Josué, en todo el libro de Jueces, no existían soldados. En Primera de Samuel, no existían soldados en sí.
Eran nada más que ciudadanos que peleaban por sus tierras. Y entonces no había, en sí, un gran capitán, no había generales nombrados, no había un régimen. Fue en el tiempo de Saúl y de David que comenzaron a formarse ejércitos organizados.
Hermanos, lo que Dios está hablando aquí es al mismo pueblo. Les está hablando a ellos, no a un ejército formado. No está hablando a mercenarios alquilados. No está hablando a un soldado que es pagado y vive en su regimiento y está lejos de su familia.
Él está hablando de gente que está dejando sus casas, sus terrenos, sus familias, para salir a la guerra. Ellos pagaban su propia arma, su propia ropa. Ellos traían su propia comida. Nadie les proveía de nada.
En sí, cuando está diciendo: "Cuando salgas a la guerra", no está hablando de un soldado formal como un centurión. Está hablando de un campesino. Hoy está trabajando en el campo, y mañana va a salir a la guerra.
Es lógico, hermanos. Él no está entrenado, él no está preparado, en un sentido, para ser soldado. Él es más bien ciudadano, él es más bien esposo que soldado, es un padre más que soldado, es un hijo más que soldado.
Ahora, Dios en sus leyes de guerra, lo que me encanta es que antes de dar cualquier instrucción, Él dice: “Cuando salgas a la guerra, no tengas temor de ellos.”
Quiero llegar a lo que hace el temor y lo que es el temor, pero en sí Dios comienza diciendo que, si usted sale a la guerra y es pueblo de Dios, su actitud debe ser diferente. Su espíritu debe ser diferente.
Su apoyo es diferente. Su apoyo no son los carros y los caballos, porque no los tiene. Israel no tenía carros ni caballos en este tiempo. No había caballerizas, no había nada de eso. Ni siquiera armas tenían.
Algunos de ellos salían con la hoz o el machete que usaban para cortar en el campo. Con eso salían a la batalla.
Con eso salían a la batalla. Hermano, esto no... A veces nosotros pensamos que Dios está hablando a un ejército formado de miles de soldados, todos con su capa, su lanza y su espada. Nada que ver, hermano.
Aún cuando tenían reyes, había solo dos espadas: una para Saúl y otra para su hijo Jonatán. Entonces, en sí, esto era gente... si vamos a mirarlo, Dios sabía cómo lo iba a mirar el mundo.
Dios sabía cómo lo iban a mirar los filisteos, que vivían para pelear. Él sabía cómo lo iban a mirar los moabitas y los amalecitas, y todos los que los rodeaban. Como hoy día lo rodean también a Israel. Es lo mismo.
Pero Dios dijo: “La primera regla, la primera ley de la guerra, es esta: No tengas miedo.”
No tengas miedo. Y la segunda es: “Confía en tu Dios.” Porque dice: “Jehová tu Dios está contigo, el cual te sacó de la tierra de Egipto.”
¿Por qué agregó eso? Porque Él dijo: para mostrarle el poder que tiene tu Dios. El Dios que va a la guerra contigo es el mismo que abrió el mar, que ningún otro dios lo puede hacer. Es el que hace secar el piso del mar. Es el que te hace pasar por en medio del agua.
Cuando sales a la guerra, ese es el Dios que sale contigo. ¡Aleluya! El Dios que sale con nosotros, hermanos, no es cualquier dios.
Si usted tiene que pelear algo contra su enemigo, sepa que el Dios suyo, hermano, no confía en carros ni en caballos. Inclusive, para Él, el caballo es para hundirlo en el barro.
Ojo, los carros de Faraón sirvieron, hermano, para la vergüenza de Egipto, no para bendición.
No tenga miedo, hermanos. Y tal vez la primera cosa que quisiera decir es esta: la primera cosa que leemos es que estamos en batallas constantes.
Pero sepa, hermanos, que en un sentido no somos soldados profesionales. Y en esto quería decir el Señor, porque Él dijo: "Para mi ejército, para mi pueblo, será diferente la batalla. Yo quiero gente en la batalla que esté invertida. Gente que se ha invertido en esto."
Yo no quiero un soldado que por cualquier razón hoy puede estar en Israel y mañana puede estar en Moab. No. Yo quiero uno que es verdaderamente mi pueblo, que es de Israel.
Y cuando él salga a la guerra, yo quiero que sepa quién es el Dios que está con él, que no esté confundido de dónde viene su socorro.
Y, hermanos, nosotros tenemos que aclarar en nuestra mente hoy día. Nuestra fuerza no está en la cantidad de gente, nuestra fuerza no está en el dinero que podemos poseer, nuestra fuerza no está en nuestros talentos.
Nuestra fuerza no está en lo que nosotros somos. Nuestra fuerza existe en el versículo 1: “El Dios Jehová de los ejércitos es el que va contigo.” ¡Aleluya! “El que abrió el Mar Rojo y te sacó de Egipto, ese es el Dios que va contigo.”
Hermanos, piensen en esa frase: “El que te sacó de Egipto.” Porque, hermanos, ningún ejército, por más fuerza que tuviera, podría haber sacado a Israel entero. Podrían haber sacado algunos, pero después de que hubieran muerto varios.
Porque en toda guerra muere gente. Si hubiesen venido los asirios de aquel tiempo o algún otro país cercano, póngale que se unieran los sirios y los filisteos y vinieran contra Egipto, no hubiesen librado a Israel. No lo hubiesen sacado como Dios lo sacó.
Hubieran salido como refugiados, sin plata, sin animales, corriendo por su vida, apenas llegando a algún desierto para estar en algún campamento refugio. Pero no, hermanos.
El Dios que tenían ellos es el Dios que pudo, hermanos, sacarlos, ¡hasta los niños sacarlos! Todos juntos, no huyendo, sino saliendo como libres.
Todos juntos, no huyendo, sino saliendo como libres. Saliendo, no escapando. Ellos no escaparon de Egipto; Dios los libró de Egipto.
Hermano, usted no apenas escapó del mundo. Dios lo ha librado del mundo. Dios lo ha sacado entero del mundo. ¡Aleluya! Usted no ha venido rengo, todo golpeado, todo cortadito y apenas con una mochila en la mano. No, mi hermano. Dios le sacó entero, con familia, con esposa, con niños.
Le sacó, hermano, con bienes. Le sacó con misericordia. Le sacó con sonrisa. ¡Aleluya! Usted, hermano, si entiende esto, tiene un Dios especial que lo sacó de Egipto. ¡Aleluya!
A veces, hermanos, nuestra idea de buscar ayuda, cualquiera fuera esa ayuda fuera de Dios, no nos ayuda mucho. A veces uno dice: “Ah, no, mi primito me va a salvar porque mi primo tiene plata. Mira los autos que tiene, mira la casa donde vive mi primo. ¡Ah, mi primo!”
Y a veces el primo ni se acuerda de su nombre. “Ah, ¿qué tal, Luis?” “No, es Raúl.” “Ah, bueno, tengo tantos primos...”
Y, es más, a veces, por más que el primo te salve en algo, hay una soga atada. No un hilo, una soga: “Mira, me debes. Eh, me debes a mí.”
Dios no sacó a Israel con ese espíritu. Dios no dijo: “Te saco, pero me debes.” No, no. Él dijo: “Te saco porque te amo. Te saco porque te quiero. Yo te saco porque eres mi pueblo, a quien yo amo. Te saco porque hice una promesa y por mi promesa lo hago.”
Hermanos, nuestro Dios no es un Dios de presión. Nuestro Dios no es un Dios de circunstancias apretadas. Y por eso, al final, nos ayuda. ¡Oh no, mi hermano!
Dios le ayuda. Dios le bendice. Dios tiene misericordia de usted, aunque usted y yo no lo merezcamos para nada. Aunque estemos de mal humor. Aunque ni de gracias le demos. Pero igual, hermanos, nos saca y nos trae.
Y hasta algunos, aún al culto vienen con bufanda... "Bueno, vengo porque si no el pastor me va a llamar. Estoy aquí porque el líder de célula me va a decir algo. Y entonces aquí estoy, pero de malas ganas."
¡Hermanos! ¿Cómo va a venir de malas ganas a donde el Señor, que lo ha librado? ¡A un Dios que todo le da! ¡A un Dios que todo lo ama! No, mi hermano.
Yo vengo con alegría en el corazón, aunque tenga problemas. Tal vez en la casa tenga problemas, en el trabajo tenga problemas, o en mí mismo tenga problemas. Pero, hermano, venga de buena gana porque es el Dios que te sacó de Egipto.
¡Aleluya! Por eso le hablo a Dios. Por eso le agradezco a Dios, hermano. ¡Aleluya! Porque nos ha sacado de Egipto.
Entonces, hermanos, cuando vamos a alguna pelea con el diablo, algún problema, alguna guerra... Usted dice: “Pero pastor, yo no soy experto en esto. Yo no sé muchas cosas.” Bienvenido, mi hermano, a la realidad.
¿Quién sabe todas las cosas? Bueno, hay gente que piensa que sabe todo, hasta escriben libros. Después, al final de su vida, tienen que escribir otro libro disculpándose porque lo que dijeron en el primer libro no era cierto. Así era Salomón en la Biblia.
Escribió Proverbios, tanta sabiduría, tanto conocimiento. Después viene y escribe su último libro, Eclesiastés, y dice: “No sé nada. Vanidad de vanidades, todo es vanidad.”
Entonces, hermano, hay gente que piensa que sabe todo, pero no lo sabe. Y estamos nosotros, muchas veces, como ese soldado israelita. Él no es soldado.
“¿Y usted qué es?”
“Mire, yo trabajo con los animales del campo.”
“¿Y usted va a pelear con los filisteos?”
“Sí.”
“¿Y qué tiene para pelear?”
“Ah, tengo un cuchillito de la cocina que mi esposa usa, bastante afilado. Voy a ir con eso.”
“Voy a ir con eso. Y tengo una hoz ahí guardada, que uso cuando crecen plantas que no quiero. Con eso voy a pelear.”
Hermanos, pienso que los filisteos se habrán reído de eso. Cuando los miraban, ahí estaban con sus carros, ahí los hititas estaban con sus caballos y sus carros, esperando el momento de la guerra. Y miraban al ejército opuesto.
“¿Qué es lo que tiene ese hombre? ¿Una hoz? Sí, es una hoz. ¿Qué trae el otro? No sé, no me parece muy profesional. Parece que les falta mucho.”
Es verdad, les faltaba mucho. Hasta Dios, en alguna ocasión, dijo: “Hay demasiados de ustedes. Treinta y dos mil es demasiado.”
“Señor, no se puede tener demasiados soldados.”
Dios dice: “Sí, para mí, sí.”
Dios piensa diferente que usted y yo, hermanos. Usted dice: “Con tanta plata me voy a andar bien en la vida. Con menos, no voy a andar.”
Hermanos, hay gente a su alrededor que tiene mucho menos, y todavía se visten, y todavía comen, y todavía llegan de alguna manera al culto. Porque aquí están en el culto. Y usted, hermano, está quejándose toda la vida de que no tiene tanta plata.
Habría que volver a los tiempos antiguos. Y no quiero volver a esos tiempos, doy gracias a Dios que tengo más de una camisa. Pero, hermanos, eso es prosperidad.
Para algunos, prosperidad significa tener millones de dólares en el banco, un Mercedes Benz en el garaje, y una casa de cinco habitaciones. Bueno, póngale una piscina también. “Eso para mí es prosperidad.”
Hermanos, eso no es prosperidad. La verdadera prosperidad, según la definición, es tener más de lo necesario.
¿Cuántas camisas puede llevar usted puesta? Bueno, hay gente que podría ponerse cinco para comprobarme que sí, pero normalmente usted lleva una camisa.
Si tiene dos, ya tiene más de lo que necesita. Eso es prosperidad, según la definición bíblica. Por eso la Biblia dice que José era un esclavo y no tenía nada, pero era próspero.
Eso es gratis, hermanos, eso es para pensar más tarde. Estoy mirando a gente próspera aquí. Estoy mirando a gente que tiene prosperidad. Tienen más de un par de zapatos, tienen más de una camisa, tienen más de una corbata.
¡Aleluya! Usted es próspero, mi hermano. Dios le está bendiciendo. Y si le da otro poco más, hay que agradecerle, hermano. Porque no todo el mundo lo tiene.
Gracias, Señor, por lo que me has dado. ¡Aleluya!
¡Oh, hermano! Un pueblo agradecido es un pueblo feliz. Un pueblo que agradece es un pueblo gozoso. Una familia que agradece a Dios y que cada día está con gratitud en el alma es una familia feliz y contenta.
Gracias a Dios, yo no tengo de qué quejarme, mi hermano. No tengo de qué quejarme. ¡Aleluya!
Hasta Pablo, hermanos... Bueno, no nos vamos a dilatar porque se me va el tiempo. Así que la primera ley de la guerra es: no temer.
Así que la primera ley de la guerra es: no temer.
Hermanos, esa ley es difícil. Imagínense, ahí está el israelita con su hoz. Mira ese caballo grande. Hermanos, en ese tiempo, el caballo era una riqueza, y el que tenía camello era más rico todavía.
Pero en sí, los israelitas, por sí mismos, no tenían caballos. En ese tiempo, cuando llegaron los reyes, ya comenzaron a acumular esas cosas. Pero imagínese a este israelita que nunca había visto un caballo, y menos en una guerra.
¿Alguien aquí ha visto un caballo de guerra? Yo he visto fotos, tal vez en alguna película. Eso da miedo solamente verlo. Menos cuando viene galopando hacia usted.
Eso sí es... Y Dios dice: “No temas.”
No temas. Es así, hermanos, cada día. Porque esta batalla es continua, esta batalla es diaria. ¡Aleluya!
Esta batalla no es solo para los pastores. Tenemos pastores, pero en sí no son los capitanes alquilados. Es diferente. Esta guerra es diferente. Este ejército es diferente. Cada uno, cada uno de ustedes, es ciudadano del reino. Y a la vez, usted ya es un soldado de fe en esta guerra que tenemos por delante.
Todos, todos lo somos. Hoy día, hermanos, nosotros, en la naturaleza, podemos ir a nuestra casa, venir a este templo, ir a trabajar mañana y ni pensar en los soldados de este país. Pero les digo, esos soldados, aunque no estén peleando, simbolizan las fuerzas de la nación.
Y hasta son un obstáculo sin pelear. Son un emblema de que no voy a atacarlo porque hay soldados ahí. Entonces, hermanos, en sí, aunque no peleen, ejercen seguridad para nosotros en el oficio que tienen.
Pero este ejército de Dios somos todos nosotros. Y es constante. Y diaria es la batalla. Pero cada día, hermanos, debemos levantarnos y decir: Primera ley: “No voy a temer.”
No voy a temer, porque nuestra guerra no es con carne ni sangre. Nuestra guerra es con pensamientos, con espíritus, con principados, con dominios, con cosas en el aire, con cosas que emanan de la vida.
Hay gente, hermanos, que ya vienen... No tienen que dar una palabra. Usted puede sentir la enemistad, puede sentir el espíritu contrario. Usted puede sentir ese espíritu de molestia, hermano. Ya molestan a todos los demás alrededor, y no abren ni la boca.
Esa es la clase de guerra que usted y yo tenemos. Y si no hemos tomado esta primera ley, vamos a entrar con miedo y temor.
Pero Dios dice: “No temas.” Porque hay que pensar que “Yo estoy contigo.”
Yo ando contigo. Yo ando adelante suyo. Ando atrás suyo.
Además, si no vivimos así, ¿quién puede vivir así si no piensa en Dios? En sí, hermanos, nosotros tenemos que pensar en Dios.
Dios tiene que estar presente en nuestra vida. Él no es un Dios de domingo. Él no es un Dios de jueves. Él es un Dios constante. Es un Dios que está con nosotros en la batalla, porque esta batalla es constante.
Dios tiene que estar constante. Porque, cuando pensamos en Dios, tenemos ese espíritu protector. Si no, hermanos, usted va a tener miedo.
Pero Dios aquí no quiere que haya miedo en su pueblo.
Pero Dios aquí no quiere que haya miedo en su pueblo. Ahora, Él habla de tres cosas aquí, y no voy a tomar mucho tiempo, pero Él habla de uno que edificó una casa, uno que plantó una viña, y uno que se desposó con mujer para tener esposa.
Son tres hombres que, nosotros diríamos, si fuéramos los mandos del ejército, diríamos: “Todos los que son fuertes, todos los que tienen músculo, todos los jóvenes con energía, tienen que venir a la guerra sí o sí.”
Pero Dios dijo: “No. Si hay gente que ha edificado una casa y no la dedicó, esa persona debe volver a su casa.”
La palabra “estrenar” significa “dedicar.” El Salmo 30 es un salmo de dedicación que usaban en el templo, pero también lo usaban cuando dedicaban las casas.
Los judíos, hasta el día de hoy, lo usan para dedicar su casa o un salmo similar. Y era un proceso. No era una fiesta de un día. Era, al contrario, era un lugar sagrado, solemne.
Ellos dedicaban esa casa a Dios. Inclusive, muchos apartaban una cierta parte de su casa para Dios. En los paganos también lo hacían, y en el pueblo de Dios lo hacían.
Ellos tenían un espacio apartado en su casa, por más grande o pequeña que fuera, que era un lugar para su Dios, donde ellos podían alabar a Dios y estar con Él.
Pero Él dijo: “Si hay alguien que construyó la casa, pero no la dedicó, él no debe estar peleando en la guerra. Debe volver a su casa.”
Lo mismo con el que plantó la viña. Dice: “Si alguien plantó una viña, pero todavía no la disfrutó...”
Quiere decir que plantó la viña hace tres años atrás, y ahora, en el cuarto año, ese es el primer año en que va a dar fruto comestible. Los primeros tres años, el fruto no servía. Entonces, en el cuarto año, lo iba a poder disfrutar.
Y justo tiene que ir a la guerra.
Y después está el que se desposó con una mujer, pero ella todavía está viviendo con sus padres, y él está viviendo con los suyos. En el tiempo de desposarse, no se habían unido todavía como matrimonio formal.
Él dice: “Ese hombre no puede ir a la guerra.”
Más tarde, descubrirá que era por un año que ellos tenían que estar fuera de la guerra. Ese hombre debía quedarse un año con su esposa, disfrutando la viña, dedicando su casa. Y recién después podía ir a la guerra.
¿Por qué? Porque Dios quería que cada soldado en Su guerra estuviera invertido, que no fuera alguien a quien le daba lo mismo. Porque no tenía ninguna atadura, no tenía ningún hilo que lo atrajera a Israel.
A él le daba lo mismo una tierra en Moab, o una casa en Filistea, que una casa en Israel.
Dios quería uno que hubiera edificado su casa, que hubiera dedicado su casa, y que esa casa tuviera valor para él. Entonces, cuando viniera la guerra, estaría determinado, decidido.
“Nadie me va a vencer aquí. Yo tengo una esposa en casa, a quien amo. Tal vez un hijo en camino, o un hijo que recién nació. Yo estoy aquí porque mi familia me necesita.”
En esta guerra, estoy invertido en este ejército.
En esta guerra, estoy invertido en este ejército.
Hermanos, que Dios nos ayude a cada uno de nosotros aquí, a que no sea Dios algo extra, algo agregado, algo que nos da lo mismo. No, hermanos, este es mi lugar, este es mi pueblo, esta es mi casa, esta es mi esposa, esta es mi viña. ¡Aleluya! Yo estoy invertido en esto, yo estoy comprometido con esto.
Lamentablemente, hay mucha gente hoy día que no tiene ese pensar ni con Dios ni con la iglesia. Pero yo doy gracias a Dios por esta iglesia.
Hermanos, esta iglesia es diferente a muchas. Una de las diferencias es que aquí la gente se invierte en la obra de Dios. No hablo de dinero solamente. Cada varón que toma una aspiradora aquí y limpia, para mí eso es inversión.
Él está diciendo: “Esta es mi iglesia.” Hermano, cuando usted ha pasado la aspiradora tres o cuatro veces aquí, usted no lo toma igual. Cada papelito que algún niño tira por ahí, usted lo recoge porque esta es su iglesia.
Si fuera su hijo, usted dice: “No, no, no. Mira lo que estás tirando.” ¿Cómo vamos a ensuciar nuestra propia casa? Son cosas pequeñas, pero muestran lo invertido que uno está. ¡Aleluya!
Cuando uno viene y se sienta en la primera banca... Hermano, en muchas iglesias, las primeras bancas están vacías. Mi esposa es testigo, ella lo sabe. Usted va a una iglesia, y las primeras tres filas están vacías. ¿Quién está? El pastor y, a veces, los hijos del pastor.
Yo era hijo de pastor, yo era de los que estaban en la primera banca siempre. Pero no, en algunas iglesias las primeras tres filas están vacías. Las últimas están llenas.
No hablo de ustedes, mis hermanos, que están en la última banca, entiéndanme. Pero es curioso, el primero que entra busca lo más lejos del púlpito, lo más lejos del altar.
Porque, si por ahí Dios me toca, ahí está la puerta para escapar. Hay gente que ya tiene un pie afuera cuando entra.
Ya están... Ni tocar la billetera. No, por favor. En la iglesia, para algunos, la billetera no existe.
Van a la tienda, van al supermercado, lo primero que aseguran es: “A ver, ¿tengo la billetera? Porque aquí voy a gastar.” Pero entran a la iglesia y piensan: “Ojalá que haya dejado la billetera en casa.”
Que Dios nos ayude, hermano. Invertir en la obra de Dios. ¡Aleluya! Decir: “Esta es mi iglesia. Este es mi Dios. Esta es mi vida. No estoy con un pie afuera, no estoy buscando una mejor vida afuera. Este es mi lugar. Este es mi propósito. Este es mi Dios.”
Servir a Dios, eso es lo que voy a hacer hasta el día de mi muerte. Dar a Dios, eso es parte de lo que soy, hasta el día de mi muerte.
¡Aleluya! Este es mi pueblo. Y el que está a mi lado, no es un alquilado, no es un pagado, es mi hermano, es mi vecino, es el que vive al lado mío. Peleamos juntos, y luego volvemos a casa juntos, porque esta es nuestra tierra, y este es nuestro Dios.
Ese, hermano, es el que pelea con fuerza.
El mercenario... Lea un poco acerca de lo que son los mercenarios. Son solo alquilados. Son pagados.
Y cuando se pone tensa la batalla, pelean todo lo que pueden hasta un cierto punto. Y cuando hay peligro de vida, dicen: “Mándenme el helicóptero, me voy de acá.”
Ellos tienen lo que llaman su punto de extracción, el lugar donde el helicóptero los va a sacar. Pobres de los que se quedan, pero ellos se van porque este no es su país, este no es su pelea, esta no es su gente.
¡Qué diferente, hermanos, cuando un hermano está sufriendo aquí, y nos acercamos para orar con él! Nos acercamos para ayudarlo en la fe.
Tal vez está luchando con algún espíritu, luchando contra algo que él no puede, o ella no puede, en ese momento. Y ahí está la iglesia, al lado de ellos, porque no es un ejército alquilado.
Es un ejército que sabe: “Este es mi hermano. Este es mi pueblo. Esta es mi fe.”
¡Aleluya! Estos son los míos.
Gracias a Dios, hermano. Inviértase usted en esta iglesia. No lo digo para que haya más plata en la tesorería. Lo digo, hermano, porque... ¿De qué otra manera podemos dar a Dios?
Y si alguien tiene otra idea, después del culto hábleme. Porque a mí me interesa realmente.
A veces, para mí, el dinero parece poca cosa para darle a Dios. Quisiera darle más. Quisiera hacer algo más real para Dios.
Quisiera hacer algo más real para Dios. Sí, bueno, nuestra vida está en el dinero, entonces eso sí es parte de nuestra vida. No hay duda. Cada... no sé cuánto gana usted en una hora, pero póngale que gana 15 dólares la hora. Usted da 15 dólares y está dando una hora de su vida ahí.
Usted da un diezmo semanal, póngale 300 dólares; usted está dando unas 20 horas de su vida ahí. Entonces, antiguamente, traían vacas, traían productos del campo, y nosotros traemos dinero, pero es la misma cosa.
Pero encima debemos invertirnos en esto.
Y Él dice: “Cuando os juntéis hoy en batalla contra vuestros enemigos, no desmaye vuestro corazón, no temáis ni os azoréis, ni tampoco os desalentéis delante de ellos.”
Encontré algo, y con esto ya voy a ir llegando a otro punto. Dicen que en la antigüedad había cuatro maneras que los ejércitos usaban para infundir miedo en sus enemigos.
Una fue que ellos tomaban los escudos y los golpeaban unos contra otros, los sacudían. Hasta ponían, a veces, cosas atadas a los escudos para hacer ruido, como un tambor grande o una pandereta gigante.
Entonces, imagínese mil soldados con escudos haciendo ese ruido: ¡da-da-da-da-da! Eso da miedo.
También hacían que sus caballos se inquietaran, y ataban cosas metálicas o de cuero a los caballos para hacer ruido. Imagínese 500 caballos haciendo ese ruido. Eso da miedo.
También ellos gritaban con sus voces. No sé exactamente qué decían, pero supongo que algo como un grito de guerra, como un karateka, un “¡Hi-yah!” o algo así.
No soy karateka, hermanos, así que no sé. Pero en nuestra iglesia en Argentina había un hermano que manejaba 122 karatekas y lo pusieron de ujier en la iglesia. No hizo mal a nadie, porque todos sabían que era karateka.
Pero el karateka siempre, con cada golpe, da un grito. Ahora, tiene su propósito, pero el solo ruido ya da miedo.
Finalmente, ellos tocaban trompetas. Y con las trompetas, daban ruidos que hacían temblar.
Por eso Dios da aquí cuatro leyes o sugerencias: “No desmayes. No temáis. No se pongan en pánico. No se desalienten.” Esto, hermanos, para contradecir esas cuatro acciones que tomaba el enemigo.
Hermanos, les aseguro que, en esta hora, en esta tarde, Dios tiene toda respuesta que usted necesita para pelear lo que usted tiene que pelear.
Él no le va a dejar afuera ni abandonado en algo. Pero lo que Dios quiere no es solamente un ejército o un pueblo que esté dedicado a Él.
Él quiere un pueblo que piense como Él.
No tengo tiempo de ir a Nehemías, pero si lo busca, verá que está el pueblo de Dios, que tiene que pelear contra Sambalat y Tobías, y estos que están en contra de ellos.
Y Nehemías dice: “Tomen cada uno su espada, o su cuchillo, lo que tengan para pelear. Ténganlo en la mano.”
Pero dice también: “Con la otra mano, trabajen para construir.” Levanten el muro. Más tarde levantaron sus casas.
En sí, era, hermanos, un trabajo de edificar, no de destruir.
Hermanos, tenemos que recordar lo que dijo Jesús cuando vino a la casa de Zaqueo, y lo criticaban porque comía con este publicano, jefe de publicanos. Decían: “Este es un ladrón. ¿Por qué come con ellos? ¿Por qué está con ellos?”
Jesús respondió: “El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.”
Con eso, Jesús decía: “Yo estoy en el mundo con un solo propósito. Si bien hay que pelear, y si bien hay que ponerse firme, no estoy aquí para derrotar al diablo. No estoy aquí para ir en contra de los demonios. Eso es parte de vivir. Estoy aquí para construir una iglesia. Estoy aquí para edificar algo. Estoy aquí para rescatar a alguien.”
No estoy aquí solamente para pelear, hermanos. Usted debe estar en la iglesia, debe pelear contra las cosas. Pero sepa que, al mismo tiempo, debemos edificar algo.
Debemos construir algo. Estamos aquí para levantar algo. Levantar una vida personal para Dios, de adoración, de alabanza, de santidad, y del poder de Dios en mi vida.
Levantar una vida personal para Dios, de adoración, de alabanza, de santidad, y del poder de Dios en mi vida.
Hermanos, hay gente que piensa que con vencer a los demonios ya ganaron. Pero no es así. Dios nos ha dado poder contra los demonios, eso no está en cuestión.
Pero cuando los discípulos vinieron gozándose, Jesús les dijo: “No se gocen porque los demonios se les sujetan. Gócense porque sus nombres están escritos en los cielos.”
Él les dijo: “Es más que pelear. Es más que luchar.”
Hermano, todos estamos luchando en algo. Pero si la lucha es el todo, no hemos ganado nada. Si estoy luchando con, vamos a tomar un ejemplo económico, si estoy luchando con la economía y eso me consume, hermano, usted ya no está sirviendo al propósito de Dios.
Dios quiere que usted esté construyendo algo. No algo físico, pero que esté llegando más cerca a Dios. Que su familia se esté edificando en el Señor. Que en su célula haya un sentir de ganar gente, de traer gente al Señor.
Hermanos, por más enfermo que uno sea, eso es lo que me extraña y me da gozo. Inclusive admiro a gente que tiene tanto en contra en su vida física. Hay personas enfermas, en su cama, y todavía están pensando en otros.
Todavía están tratando de hacer el bien a otros. Hay personas que están doliendo en su cuerpo y todavía están orando por el hermano que está al lado, para que Dios lo sane a él.
Eso es el verdadero soldado de Jesucristo.
¡Aleluya! Hay gente que no hace nada para Dios porque están esperando la perfección.
“Pastor, voy a dar algo al Señor cuando arregle esta cuenta, y la otra cuenta, y la otra cuenta también. Así que espere unas décadas, y voy a poder dar algo a la iglesia.”
Hay personas que no oran porque están con tantos problemas. Dicen: “No tengo tiempo para orar. Tengo que solucionar esto, tengo que hablar con aquel, tengo que resolver aquello.”
Y al final, hermanos, están siempre batallando y nunca construyendo. Y el muro se les queda abajo. No hay defensa contra el enemigo.
No hay defensa, no hay seguridad. Ellos no tienen seguridad en su vida.
Hermano, si usted examina su vida y está siempre luchando con este y con el otro, pero nunca haciendo nada para el Señor, eso debe cambiar.
Creo que hay personas que están tan concentradas en sus problemas, que cualquier cosita los consume. Hay personas, hermanos, que se sientan a comer y ven una mancha en el tenedor, y ya se arruina toda la cena.
“¿Quién no lavó esto? ¡Mira este tenedor! ¡Qué barbaridad! No puedo comer con este tenedor.”
Hermanos, eso arruina toda la comida por una manchita en el tenedor. Hay personas que son así con su vida.
Cualquier problemita los consume. Ya es el todo. Ya no pueden alabar a Dios en el culto porque están pensando en la mancha en el tenedor.
Están aquí, pero no están aquí. Están con la mente en el tenedor.
Otros, hermanos, una rayita en el auto ya les quita la victoria por un mes. Ya no pueden alabar a Dios porque su auto tiene una rayita.
Hermano, deje el auto con la raya. No va a cambiar. La raya va a estar cuando termine.
Hermano, alabe a Dios mientras pueda. Dé gracias a Dios. ¡Aleluya!
Usted vino al culto con un problema. El problema todavía va a estar ahí, pero ahora está usted con Dios. Aproveche el minuto. Aproveche el momento para alabar a Dios.
Deje el tenedor para otro día, y deje la raya para otro día. “Gracias a Dios. Oh, hermano, gracias a Dios.”
“Gracias a Dios. Oh, hermano, gracias a Dios.”
Creo que con esto estoy diciendo que lo que nos tiene que consumir, más que nada, es que Dios está con nosotros. Les cuento una historia de un pastor en Argentina, en Buenos Aires, en San Justo, antes de Casanova.
Había un hermano que tuvo un derrame cerebral. Este pastor, hermanos, no era totalmente analfabeto, pero poco podía leer. Sin embargo, Dios lo usaba en sanidades.
Si le pedían predicar, la mayoría iba a estar dormida porque no tenía el don de la palabra. Pero cuando él oraba, había una fe en él. Dios lo usaba de una manera especial.
Mientras pastoreaba en su iglesia, sufrió un derrame cerebral. Apenas podía moverse, un costado de su cuerpo estaba completamente paralizado. Su habla se torció, apenas podía hablar, pero todavía era pastor.
Yo era presbítero en ese tiempo y fui a un culto en su iglesia. Había unas 40 o 50 personas en el culto. Él dio un saludo antes de que yo predicara.
Yo le pregunté al hermano que estaba al lado mío:
“¿Hermano, usted entiende lo que está diciendo el pastor?”
Y el hermano me respondió:
“No, pastor, no entiendo. No sé lo que está diciendo.”
Pero él agregó algo que me impactó:
“Pero igual lo amamos.”
Noté algo al final del culto. Cuando se dio la oportunidad de que las personas pasaran al altar para recibir oración por sanidad, la fila no era para que yo orara. ¡Querían que el pastor orara!
Ahí estaba ese hombre, apenas podía moverse, no podía casi hablar, pero ponía su mano sobre las personas y ¡se comenzaban a sanar! Uno tras otro, personas sanaban mientras él oraba por ellos.
Hermanos, yo me quedé asombrado. Aquí estaba un hombre más enfermo que cualquiera de los que estaba orando, pero no tenía vergüenza de orar por ellos.
Y Dios, a través de él, estaba obrando sanidad.
Con esto quiero decir, hermanos, que no importa en qué estado esté su vida, cómo esté su bolsillo, cómo estén sus finanzas, o cómo esté su casa. Si hay un desorden, si hay un caos total, eso no quita que usted pueda ser una bendición.
Eso no quita que usted pueda obrar para Dios. Usted puede edificar en medio de los problemas.
¡Aleluya!
Póngase de pie conmigo, hermanos. No hay excusa.
Hermanos, yo soy tipo perfeccionista. Me gusta que todo esté bien, que todo esté hecho perfectamente. Pero les confieso algo: algunas veces eso me ha llevado a perder bendiciones.
Si falta algo, mi mente está en lo que falta, en lo que podría faltar, en lo que no está bien.
Hermanos, póngale que falta algo en la música. Tal vez hay un error en una canción, y hay un poco de confusión. Hay personas que hacen de eso el enfoque de toda su vida.
“Mira, no quiero cantar nunca más porque pasó esto.”
“No quiero tocar un instrumento porque la gente se va a reír si me equivoco.”
Hermanos, hay personas que nunca aprenden un nuevo idioma porque piensan que la gente se va a reír de ellos.
Bueno, ustedes no saben cuántas veces se han reído de mí en Argentina. Yo fabricaba palabras, tomaba hasta un nombre y lo hacía verbo, ¡y hasta lo conjugaba!
Una vez, en vez de decir “ojalá”, quise incluir a todos y dije: “Ojalá que”. La gente se me quedaba mirando: “¿Ojalá qué? ¿Qué es eso?”
Hermanos, si usted tiene temor, nunca va a hacer nada. Si usted teme perder, si teme que lo critiquen, si teme dar y quedarse sin nada, si teme hablar y que lo juzguen, nunca va a avanzar.
Si usted teme perder, si teme que lo critiquen, si teme dar y quedarse sin nada, si teme hablar y que lo juzguen, nunca va a avanzar.
Hermanos, el temor es el enemigo más grande del progreso espiritual. Si usted teme dar 10 dólares a la ofrenda porque piensa que se va a empobrecer, nunca dará nada a Dios.
Hay gente que, al sacar dinero, mira los billetes y dice: “No, no sé qué me viene la semana que viene”, y lo vuelve a guardar. El temor les priva de una bendición.
Otros dicen: “Pastor, yo tengo problemas en mi hogar, así que no puedo orar por nadie hasta que solucione todo.” Hermano, está equivocado. Nunca va a solucionar todo. Siempre va a haber un enemigo.
Es como esos juegos donde golpeas la cabeza de uno y sale otro, y así sucesivamente. Así es la vida, mi hermano. Siempre habrá problemas.
Pero hay que servir a Dios en esta batalla. Espada en una mano y, en la otra, algo para ayudar.
Hay que edificar y construir algo mientras peleamos. Algo voy a hacer para el Señor.
¡Aleluya!
Ni sé qué canción van a encontrar los músicos con este mensaje, pero si usted tiene miedo esta mañana, quite ese miedo.
No mire al caballo. No mire al carro. No mire todo el armamento del enemigo.
No se atemorice. No entre en pánico.
Hay personas que, con solo levantarse en la mañana, ya están en pánico. Otros se acuestan con ataques de ansiedad. Eso no es la voluntad de Dios para su vida.
Todos tenemos problemas, eso es un hecho. Pero igual podemos ser usados por Dios.
A veces pensamos: “Él es más santo que yo, más fiel que yo, más todo que yo. Él puede orar por alguien, yo no.”
Hermano, usted no sabe lo que esa persona necesita. Puede necesitar la mano de alguien más, la oración de alguien más. No tiene que ser perfecto para ser una bendición.
Todos podemos hacer algo para la obra de Dios.
Los invito a pasar al frente un momento, hermanos. Quiero que examinemos nuestra vida.
“Señor, si estoy lleno de temor, ayúdame. Ayúdame, Señor. Porque no necesito una vida perfecta, no necesito una casa perfecta. Con lo que me has dado, quiero aprovecharlo y usarlo para algo en tu obra. Señor, usa mi vida imperfecta. Usa mis fallas y defectos. Pero tú me puedes ayudar.”
Hermano, afirme eso con Dios. Porque es Dios quien le va a ayudar. No los carros ni los caballos. Es Dios quien le va a proveer.
Él es el que te sacó de Egipto. Ese es el que va a hacer la obra en su vida.
Sí, Señor Jesús. Aquí estamos en tu presencia, recordando que eres todopoderoso. Tú estás con nosotros. No estamos peleando solos. No estamos luchando solos. Tú estás con nosotros. Y aun en nuestra lucha podemos ayudar a alguien. Aun en nuestra lucha podemos invertirnos en tu obra. Sí, Señor Jesús.
Hermanos, última palabra: a veces pensamos que Dios solo usa a la gente perfecta. Pero si busca en la Biblia, verá que Dios usó más a la gente fallada que a la perfecta.
Jacob no hizo nada cuando estaba sano. Fue cuando Dios le tocó la coyuntura y comenzó a cojear toda su vida que terminó siendo profeta.
Hermanos, usted no sabe lo que puede hacer aun con fallas, con defectos, con debilidades. Todo servimos para Dios. Todo servimos para Dios.
Y Dios le va a usar, hermano, más y más. Yo creo que esta iglesia será usada más y más.
Señor, bendice a tu pueblo. Ayúdanos a construir algo eterno para ti. En el nombre de Jesús. Amén.

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