Análisis de la declaración del arzobispo C. M. Viganò sobre la situación de la Iglesia /3.ª parte: Enfrentamiento con los enemigos de Cristo/

1 month ago
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Cuando lo atacaban al apóstol Pablo y su autoridad era puesta en tela de juicio, destacaba las gracias que Dios le había concedido y daba testimonio de los sufrimientos que había padecido por Cristo. Su propio pueblo lo azotó cinco veces y lo perseguía continuamente. Los paganos lo apedrearon. El Apóstol, en defensa del evangelio, no dudó en hablar de los dones extraordinarios que había recibido, incluso de visiones y revelaciones, cuando se le consideraba de poco valor espiritual. Por último, sabemos que cuando llegó a Jerusalén, el Sanedrín religioso procuraba matarlo. Cada etapa de su vida estuvo acompañada de un agudo conflicto con los enemigos de Cristo, con el espíritu del fariseísmo y con el espíritu del paganismo, es decir, con la falsa espiritualidad.
En una situación similar de fiel guerrero de Cristo se encuentra el arzobispo Viganò. Durante casi medio siglo trabajó al servicio del Vaticano y accedió a los círculos más altos. Allí fue testigo de cómo los enemigos de Dios, a través de prelados traidores, preparaban el camino para la autodestrucción de la Iglesia. Ahora que el archihereje Bergoglio intenta crear la impresión, mediante una farsa judicial, de que expulsa al arzobispo de la Iglesia católica por el llamado delito de cisma, este último alza su voz y explica los problemas más graves de la Iglesia. Sus palabras son un testimonio de la devoción a Cristo y a su cuerpo místico. No se preocupa de defenderse a sí mismo, sino de defender a la Iglesia. Al mismo tiempo, muestra cómo el veneno espiritual ha penetrado en lo más profundo de la Iglesia a través de la masonería, la corrupción y la sodomía.
Escuchemos su testimonio: «La ocasión que me llevó al enfrentamiento con mis superiores eclesiásticos comenzó cuando era delegado para las Representaciones Pontificias, luego como secretario general de la Gobernación y finalmente como nuncio apostólico en Estados Unidos. Mi guerra contra la corrupción moral y financiera desató la furia del entonces secretario de Estado, el cardenal Tarcisio Bertone, cuando —de acuerdo con mis responsabilidades como delegado para las Representaciones Pontificias— denuncié la corrupción del cardenal McCarrick y me opuse a la promoción al episcopado de candidatos corruptos e indignos presentados por el secretario de Estado, quien me hizo trasladar a la Gobernación, porque “le impedía hacer obispos a quienes él quería”. También fue Bertone, con la complicidad del cardenal Lajolo, quien obstaculizó mi trabajo destinado a contrarrestar la corrupción generalizada en la Gobernación, donde ya había conseguido importantes resultados más allá de todas las expectativas».
¿Qué obtuvo el arzobispo por su fidelidad a Cristo y a la Iglesia de los prelados corruptos que eran, de hecho, instrumentos de los masones y perseguían el objetivo opuesto, es decir, la desintegración gradual de la Iglesia, todo ello en el espíritu del Vaticano II?
¿Qué sucedió después? Continúa el arzobispo Viganò: “Fueron de nuevo Bertone y Lajolo quienes convencieron al papa Benedicto XVI de que me echara del Vaticano y me enviara a Estados Unidos. Aquí me encontré con que tenía que lidiar con las vergonzosas actitudes del cardenal McCarrick, incluidas sus peligrosas relaciones con figuras políticas de la Administración Obama-Biden y a nivel internacional, que no dudé en denunciar al secretario de Estado Parolin, quien no las tomó en consideración.”
¿No era, acaso, el deber del secretario de Estado actuar en respuesta al informe que le había hecho llegar el nuncio estadounidense Viganò sobre los delitos morales cometidos por McCarrick e incluso sobre sus peligrosas relaciones con representantes políticos? Esto reveló la incapacidad de los prelados traidores para defender la causa de Dios. El arzobispo Viganò estaba en constante conflicto con los enemigos de Dios y de la Iglesia, mientras que los prelados corruptos siempre encontraban la manera de evitar sin problemas cualquier conflicto y traicionaban a Cristo, su conciencia y a la Iglesia cientos de veces antes que arriesgarse a perder sus carreras. Externamente, estos traidores se hacen pasar por los servidores más fieles de la Iglesia de Cristo, pero en realidad son los servidores de los masones. Todos ellos se han confabulado hoy para entablar una farsa judicial contra un apóstol verdaderamente fiel que sirve a Cristo y a la Iglesia.
En la lucha de su vida por la purificación de la Iglesia, el arzobispo Viganò ha adquirido una experiencia que lo ha llevado a captar el contexto oculto, como él mismo testifica: «Esto me llevó a considerar de otra manera muchos acontecimientos de los que había sido testigo durante mi carrera diplomática y de pastor, a captar su coherencia con un único proyecto que, por su propia naturaleza, no podía ser ni exclusivamente político ni exclusivamente religioso, ya que incluía un ataque global a la sociedad tradicional basada en la enseñanza doctrinal, moral y litúrgica de la Iglesia».
El arzobispo Viganò continúa explicando el motivo por el cual un nuncio apostólico apreciado se convirtió en un arzobispo incómodo: «Así, de haber sido en su día un nuncio apostólico apreciado —por lo que hace pocos días el propio cardenal Parolin me reconoció por mi lealtad, honradez, equidad y eficacia ejemplares— he pasado a ser un arzobispo incómodo, no solo por haber exigido justicia en los procesos canónicos contra prelados corruptos, sino también y sobre todo por haber proporcionado una clave interpretativa que sirve para comprender cómo la corrupción en la jerarquía fue una premisa necesaria para controlarla, manipularla y obligarla, mediante el chantaje, a actuar contra Dios, contra la Iglesia y contra las almas».
El arzobispo Viganò explica por qué, después del Concilio Vaticano II, no se eligió como obispos a hombres fieles de Dios, sino preferentemente a sacerdotes corruptos y sin escrúpulos. La corrupción de los altos prelados de la Iglesia es un requisito previo en el plan de los masones para poder chantajearlos. Lo mismo hacen con los líderes políticos de los Estados.
«Y este modus operandi —que la masonería había descrito minuciosamente antes de infiltrarse en el cuerpo eclesial— es especular al adoptado en las instituciones civiles, donde los representantes del pueblo, especialmente en los niveles más altos, son en gran medida chantajeables porque son corruptos y pervertidos. Su obediencia a los delirios de la élite globalista conduce a los pueblos a la ruina, a la destrucción, a la enfermedad, a la muerte: a la muerte no solo del cuerpo, sino también del alma. Porque el verdadero proyecto del Nuevo Orden Mundial —al que Bergoglio está esclavizado y del que extrae su legitimidad de los poderosos del mundo— es un proyecto esencialmente satánico, en el que la obra de la creación del Padre, de la redención del Hijo y de la santificación del Espíritu Santo es odiada, borrada y falsificada por la “simia Dei” (mono de Dios) y sus servidores».
El arzobispo señala el trasfondo espiritual de la lucha del reino de las tinieblas contra el reino de Dios. Recuerda la profecía de Nuestra Señora de La Salette de 1846, en la que la Madre de Dios predijo que «Roma perderá la fe y se convertirá en la sede del Anticristo». El tercer secreto de Fátima también revela esta profunda decadencia. El arzobispo dice: «Ser testigos de la subversión total del orden divino y de la propagación del caos infernal con la celosa colaboración de la cúpula vaticana y del episcopado, nos hace comprender cuán terribles son las palabras de la Virgen María en La Salette: “Roma perderá la fe y se convertirá en la sede del Anticristo”, y qué odiosa traición constituye la apostasía de los pastores, y la aún más inaudita traición de quien se sienta en la sede del beatísimo Pedro».
El arzobispo Viganò mira con el corazón sangrante la dolorosa traición de muchos, demasiados prelados, y confiesa que si permaneciera en silencio ante esta traición, faltaría al juramento que hizo el día de su ordenación. Por eso, aun a costa del descrédito moral por parte de los enemigos de Cristo, y más aún a riesgo de su vida, da testimonio del evangelio. Después de toda una vida de experiencia, señala verdaderamente la raíz de esta crisis, que es el Concilio Vaticano II. Como sucesor de los apóstoles, no puede ni quiere aceptar la demolición sistemática de la Iglesia, relacionada con la condenación de muchas almas. No quiere cambiar la defensa de la verdad católica por un silencio cobarde y una vida tranquila.
«Si yo permaneciera en silencio ante esta traición —que se consuma con la temible complicidad de muchos, demasiados prelados que no quieren reconocer en el Concilio Vaticano II la causa principal de la actual revolución y en la adulteración de la misa católica el origen de la disolución espiritual y moral de los fieles— faltaría al juramento que hice el día de mi ordenación y que renové con ocasión de mi consagración episcopal. Como sucesor de los apóstoles no puedo ni quiero aceptar asistir a la demolición sistemática de la santa Iglesia y a la condenación de tantas almas sin intentar por todos los medios oponerme a todo ello. Tampoco puedo considerar que un silencio cobarde con el fin de llevar una vida tranquila sea preferible al testimonio del evangelio y a la defensa de la verdad católica».
Todos los católicos sinceros damos gracias a Dios por habernos dado un testigo de fe tan valiente como el arzobispo Viganò en estos tiempos difíciles. Él expone verdaderamente las raíces envenenadas que muchos no quieren ver y que son la causa del estado desastroso de la Iglesia. Hoy, los sacerdotes y obispos tienen incluso que bendecir uno de los pecados más graves: la sodomía. El Vaticano II y el usurpador del papado, Jorge Bergoglio, son los principales culpables de esta desastrosa situación.

+ Elías
Patriarca del Patriarcado Católico Bizantino

+ Metodio OSBMr + Timoteo OSBMr
Obispos Secretarios

18 de julio de 2024

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