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Análisis de la declaración del arzobispo C. M. Viganò sobre la situación de la Iglesia /2.ª parte: La Iglesia de Cristo versus la anti-Iglesia de Bergoglio/
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Cita del arzobispo C. M. Viganò: «Nos encontramos en la situación surrealista en la que una jerarquía se autodenomina católica y, por lo tanto, exige obediencia por parte del cuerpo eclesial, mientras que al mismo tiempo profesa doctrinas que antes del Concilio la Iglesia había condenado; y condena como heréticas doctrinas que hasta entonces habían sido enseñadas por todos los papas».
Con esta declaración, el arzobispo Viganò demuestra, de hecho, que la jerarquía actual, que se dice católica, ya no lo es. La denuncia por profesar herejías que está obligada a condenar y por condenar la doctrina católica que está obligada a profesar. Al cambiar paradigmas y aceptar Fiducia supplicans, esta jerarquía contradice su propia esencia. El arzobispo señala, por tanto, que ella, siendo desobediente a Dios, no tiene derecho a exigir obediencia.
Cita del arzobispo C. M. Viganò: «Esto sucede cuando se quita lo absoluto a la Verdad y se lo relativiza adaptándolo al espíritu del mundo».
La jerarquía que se llama a sí misma católica está obligada a representar la autoridad de Dios. Pero habiéndose apartado de la Verdad por herejías y conformándose al espíritu del mundo, presenta relativizada la enseñanza de las verdades de Dios. Así, esta jerarquía pierde el derecho a actuar con la autoridad de Dios y exigir obediencia. No obstante, los católicos consideran automáticamente que la autoridad eclesiástica visible es la autoridad de Dios. Bergoglio abusa de ello, proclamando herejías que niegan las verdades más fundamentales de la fe, mientras reclama obediencia. La única solución aquí es separarse de este asesino de la Iglesia de Cristo.
Cita del arzobispo C. M. Viganò: «¿Cómo actuarían hoy los papas de los últimos siglos? ¿Me considerarían culpable de cisma, o más bien condenarían a quien pretende ser su sucesor?».
El arzobispo Viganò pregunta: ¿A quién condenarían los papas preconciliares: a él o al apóstata Bergoglio, que pretende ser su sucesor? La respuesta es inequívoca: condenarían a Bergoglio como archihereje. Por otro lado, reconocerían al arzobispo Viganò como un fiel pastor de la Iglesia de Cristo.
Cita del arzobispo C. M. Viganò: «Junto conmigo, el sanedrín modernista juzga y condena a todos los papas católicos, porque la fe que ellos defendieron es la mía; y los errores que Bergoglio defiende son los que ellos, sin excepción, condenaron».
Con esta declaración, el arzobispo deja claro que representa la enseñanza ortodoxa y la tradición ortodoxa de toda la Iglesia y de todos los papas hasta el Vaticano II.
Cita del arzobispo C. M. Viganò: «Me pregunto entonces: ¿qué continuidad puede darse entre dos realidades opuestas y contradictorias entre sí? Entre la Iglesia conciliar y sinodal de Bergoglio y la “bloqueada por el miedo contrarreformista” de la que él se distancia ostensiblemente? ¿Y de qué “Iglesia” estaría yo en estado de cisma, si la que se dice católica se diferencia de la verdadera Iglesia precisamente en su predicación de lo que esta última condenaba y en su condena de lo que ella predicaba?».
El arzobispo vuelve a señalar lo absurdo de ser acusado del llamado delito de cisma por un hombre que representa a la Iglesia sinodal posconciliar. Esta Iglesia sinodal no solo está en cisma, sino directamente en apostasía. La separación del arzobispo Viganò de ella es su deber sagrado. La fidelidad a Dios y a la Iglesia se lo exige. ¡No es en modo alguno un delito de cisma!
Cita del arzobispo C. M. Viganò: «Los seguidores de la “Iglesia conciliar” responderán que ello se debe a la evolución del cuerpo eclesial en una “renovación necesaria”; mientras que el magisterio católico nos enseña que la Verdad es inmutable y que la doctrina de la evolución de los dogmas es herética».
El arzobispo apunta una vez más a los errores de la llamada Iglesia conciliar, que ha introducido una especie de evolución del cuerpo eclesial para justificar la predicación de herejías. El arzobispo reitera que la Verdad misma es inmutable y la doctrina de la evolución de los dogmas es herética.
Cita del arzobispo C. M. Viganò: «Dos Iglesias, ciertamente: cada una con sus doctrinas, sus liturgias y sus santos; pero para el católico la Iglesia es una, santa, católica y apostólica; para Bergoglio, la Iglesia es conciliar, ecuménica, sinodal, inclusiva, inmigracionista, ecosostenible y amigable con los gais».
Bergoglio identifica la estructura eclesial que encabeza con la Iglesia de Cristo. Pero el arzobispo subraya que hoy hay dos Iglesias, cada una con sus propias doctrinas. La de Bergoglio es la conciliar, sinodal, sodomita... ¡Pero de ninguna manera es la Iglesia de Cristo!
Cita del arzobispo C. M. Viganò: :«¿La Iglesia habría entonces comenzado a enseñar el error? ¿Podemos creer que la única arca de salvación es al mismo tiempo un instrumento de perdición para las almas? ¿Que el cuerpo místico se separa de su Cabeza divina, Jesucristo, haciendo fracasar la promesa del Salvador? Evidentemente, esto no puede ser admisible y quienes lo sostienen caen en la herejía y en el cisma. La Iglesia no puede enseñar el error, ni su cabeza, el romano pontífice, puede ser a la vez hereje y ortodoxo, Pedro y Judas, en comunión con todos sus predecesores y al mismo tiempo en cisma con ellos. La única respuesta teológicamente posible es que la jerarquía conciliar, que se proclama católica pero abraza una fe diferente de la enseñada constantemente durante dos mil años por la Iglesia católica, pertenece a otra entidad y, en consecuencia, no representa a la verdadera Iglesia de Cristo».
El arzobispo concluye lógicamente de los hechos que la Iglesia de Cristo y la Iglesia de Bergoglio son opuestas. Todo obispo y sacerdote, pero también todo católico, debería darse cuenta de ello y sacar una conclusión clara, a saber: ¡separarse de Bergoglio y su secta!
Cita del arzobispo C. M. Viganò: «¿Por qué entendemos que la “Iglesia sinodal” y su líder Bergoglio no profesan la fe católica? Por la adhesión total e incondicional de todos sus miembros a una multiplicidad de errores y herejías ya condenados por el magisterio infalible de la Iglesia católica y por su ostensible rechazo de toda doctrina, precepto moral, acto de culto y práctica religiosa no sancionada por “su” Concilio».
El arzobispo Viganò da dos pruebas de que la Iglesia sinodal encabezada por Bergoglio no tiene la fe católica. La primera prueba es que se adhiere total e incondicionalmente a errores y herejías ya condenados por el magisterio de la Iglesia. La segunda prueba es que rechaza ostensiblemente la enseñanza y la moral católicas no sancionadas por «su» Concilio.
Jesucristo manda predicar el Evangelio a toda la creación, mientras que el Concilio ha introducido el diálogo. Esto significa que el misionero debe escuchar los errores paganos con respeto y no predicar el Evangelio a los paganos para no ofenderlos, por así decirlo. La verdadera misión, de la que Jesucristo es el fundamento, el centro y el culmen, es considerada un «proselitismo vergonzoso» y un reclutamiento de supuestos «creyentes». El fruto de esto es que ha llegado a Europa la antimisión del hinduismo a través del yoga, y también la antimisión del budismo a través de la meditación oriental y las artes marciales. ¿Y la Iglesia? ¡La Iglesia lo promueve! Este es el espíritu del Vaticano II, que se opone al Espíritu de Cristo.
Citando al Arzobispo C. M. Viganò: «Ninguno de ellos puede en conciencia suscribir la profesión de fe tridentina y el juramento antimodernista, porque lo que ambos expresan es exactamente lo contrario de lo que el Vaticano II y el llamado “magisterio conciliar” insinúan y enseñan».
El arzobispo indica por qué la fe de la Iglesia sinodal, encabezada por Bergoglio, no es católica. Ninguno de ellos puede en conciencia suscribir la profesión de fe tridentina, que expresa claramente las verdades inmutables de nuestra salvación. En consonancia con la profesión tridentina, el papa Pío X también reaccionó contra el modernismo que infectó a la Iglesia a principios del siglo XX. Escribió el juramento antimodernista contra esta herejía que debían prestar todos los sacerdotes y obispos. Sin embargo, es necesario saber que el Concilio, por el contrario, abrió la puerta a las herejías modernistas ya condenadas y el espíritu del Vaticano II las implantó en todos los seminarios católicos.
Estas herejías del modernismo contradicen la esencia de las Escrituras y la tradición de la Iglesia, es decir, los dogmas católicos relativos a la fe y la moral. El modernismo también ha cuestionado lo sobrenatural en las Escrituras. El arzobispo añade que la profesión de fe tridentina y el juramento antimodernista expresan exactamente lo contrario de lo que el Vaticano II y el llamado «magisterio conciliar» insinúan y enseñan. Por lo tanto, el Concilio es herético, el espíritu del Concilio también es herético y el fruto es herético, y Bergoglio, con su camino sinodal, solo está llevando a término el programa del Concilio, que no tiene nada que ver con la fe católica, es decir, la fe salvadora.
Cita del arzobispo C. M. Viganò: «Dado que no es teológicamente sostenible que la Iglesia y el papado sean instrumentos de perdición y no de salvación, debemos concluir necesariamente que las enseñanzas heterodoxas transmitidas por la llamada “Iglesia conciliar” y los “papas del Concilio” desde Pablo VI en adelante constituyen una anomalía que pone seriamente en duda la legitimidad de su autoridad magisterial y de gobierno».
Fijémonos, por ejemplo, en los gestos de Juan Pablo II, que quebrantan el primer mandamiento y sientan un precedente pernicioso para los creyentes. Recibió en su frente la marca del dios Shiva ―signo de consagración a la deidad― hecha por una sacerdotisa sagrada india, y también recibió una guirnalda mágica. Besó el Corán, que no reconoce a Jesucristo como Hijo de Dios y ordena matar a los cristianos como «infieles». Varias veces rindió homenaje a la tumba de Gandhi, el padre de la Nueva Era, haciendo panegíricos de él.
En Asís, Juan Pablo II hizo un gesto apóstata. Esto marcó un punto de inflexión espiritual y un cambio herético en la opinión pública en la Iglesia católica. Invitó a los líderes de los cultos paganos, que rinden culto a los demonios, y puso a su disposición las iglesias de Asís para que realizaran sus ritos mágicos allí y las profanaran. Luego él mismo rezó con ellos al llamado «Padre común». Pero los paganos ni siquiera reconocen a Dios Creador, ¡rezan a los demonios! No les predicó a Cristo. ¡Ni siquiera les dio una palabra de testimonio de nuestro Señor y Salvador! Pero luego rezó el Padrenuestro con ellos, que a sabiendas se dirigen a los demonios y al diablo. ¿A quién rezó con ellos? ¿A Dios o al diablo?
Juan Pablo II estableció Asís como una nueva tradición de los llamados encuentros interreligiosos en el espíritu del Vaticano II. Con su gesto insinuó que los caminos paganos son caminos alternativos al camino de la salvación, vinculado a la muerte redentora del Hijo de Dios en la cruz. De este modo, cambió significativamente la mentalidad de los católicos, haciéndoles pensar, falsamente, que Jesucristo ya no era el único Salvador.
A lo largo de su pontificado, Juan Pablo II promovió y aprobó las herejías del modernismo y el diálogo interreligioso como sustituto de la misión.
Una Iglesia y un papado así son, en efecto, instrumentos de destrucción más que de salvación, como afirma el arzobispo Viganò. Tanto Juan Pablo II como Francisco Bergoglio no han hecho sino implantar el espíritu del Vaticano II.
Cita del Arzobispo C. M. Viganò: «Debemos comprender que el uso subversivo de la autoridad en la Iglesia con vistas a su destrucción (o a su transformación en una Iglesia distinta de la querida y fundada por Cristo) constituye en sí mismo un elemento suficiente para dejar sin efecto la autoridad de esta nueva entidad que se ha superpuesto dolosamente a la Iglesia de Cristo usurpando su poder. Por eso no reconozco la legitimidad del Dicasterio que me juzga».
El Arzobispo subraya que todos los católicos deben comprender el gran mal que supone el uso subversivo de la autoridad en la Iglesia con vistas a su destrucción o a su transformación en una Iglesia distinta de la querida y fundada por Cristo. En los primeros años posteriores al Concilio esto aún no era visible, por lo que los católicos de buena fe trataban de explicar todo en términos positivos. No fue hasta los once años de actividad de Bergoglio que se desenmascaró el objetivo oculto de los arquitectos del Vaticano II. El arzobispo Viganò concluye que el hecho del abuso de autoridad encaminado a destruir la Iglesia es suficiente para desenmascarar a la nueva entidad que se ha superpuesto a la Iglesia de Cristo. Esa nueva entidad es la Iglesia profunda, o la anti-Iglesia de la Nueva Era de Bergoglio.
La conclusión práctica que obispos y sacerdotes deben extraer de esto es la siguiente: separarse del papa ilegítimo que se ha excluido a sí mismo de la Iglesia de Cristo y, por tanto, no puede ser su cabeza.
Hoy, cualquier sanción o excomunión promulgada por el Vaticano es nula y sin valor. Esto se aplica no solo a la falsa excomunión del arzobispo Viganò, sino también a la del cualquier otro obispo que defienda la fidelidad a Cristo y a Su Iglesia.
Cita del arzobispo C. M. Viganò: «La manera en que se llevó a cabo la acción hostil contra la Iglesia católica confirma que fue planificada e intencionada, porque de lo contrario los que la denunciaban habrían sido escuchados y los que cooperaban en ella se habrían detenido inmediatamente».
El arzobispo Viganò, como antiguo empleado del Vaticano, revela la realidad de que se trataba de un complot planificado e intencionado contra la Iglesia para destruirla desde dentro. Aporta como prueba que si esta acción destructiva no hubiera sido planificada, entonces quienes la denunciaron habrían sido escuchados por la cúpula de la Iglesia y se habrían puesto en marcha las medidas adecuadas para detener el golpe interno. Sin embargo, la realidad era que quienes señalaban los crímenes en la Iglesia y defendían la doctrina ortodoxa eran destituidos por la jerarquía. Por otro lado, a los que impulsaban la autodestrucción de la Iglesia se les ascendía a los más altos cargos.
Cita del arzobispo C. M. Viganò: «Ciertamente, con los ojos de la época y la formación tradicional de la mayoría de los cardenales, obispos y clérigos, el “escándalo” de una jerarquía que se contradecía a sí misma aparecía como una enormidad tal que indujo a muchos prelados y clérigos a no creer que fuera posible que los principios revolucionarios y masónicos pudieran encontrar aceptación y promoción en la Iglesia».
La formación y el pensamiento tradicionales en la Iglesia católica, como lo expresa el arzobispo, crearon una atmósfera tal que resultaba increíble que los principios masónicos que procuraban la destrucción de la Iglesia hubieran penetrado en su corazón. Por lo tanto, ni siquiera pudieron ser desenmascarados. El católico veía un grave pecado en el solo hecho de pensar que la jerarquía católica luchara contra la Iglesia. Y en cuanto a los que ocupaban puestos de responsabilidad, como obispos y cardenales, el respeto a la autoridad les impedía señalar los crímenes que se habían comenzado a cometer en la Iglesia contra Dios y contra los propios fundamentos sobre los que se asienta la Iglesia.
Cita del arzobispo C. M. Viganò: «Pero éste fue el golpe maestro de Satanás ―como lo llamó el arzobispo Lefebvre―, que supo aprovecharse del connatural respeto y amor filial de los católicos por la sagrada autoridad de los pastores para inducirles a anteponer la obediencia a la Verdad».
El arzobispo Viganò se refiere al arzobispo Lefebvre, quien hace décadas precisó la causa principal de abrir la puerta a las herejías en la Iglesia. Identificó esta causa como el golpe maestro de Satanás, que indujo a los católicos a anteponer la obediencia a la autoridad eclesiástica a la Verdad, es decir, a las verdades inmutables de la fe derivadas de la revelación divina. Esta priorización de la obediencia a la autoridad eclesiástica tuvo como consecuencia que ya no se pudiera acusar a la jerarquía de abusar de su autoridad contra la esencia misma de la Iglesia. Si alguien lo señalara, como Monseñor Lefebvre, tendría que contar no con el castigo divino, sino con el castigo eclesiástico, con la llamada excomunión por el supuesto delito de desobediencia y cisma. ¡Así pues, la defensa de las verdades de la fe, o apología, era prácticamente imposible después del Concilio! En la euforia del Concilio Vaticano II, ante el cual todos tuvieron que capitular, las herejías tenían las puertas abiertas a todas las escuelas teológicas.
+ Elías
Patriarca del Patriarcado católico bizantino
+ Metodio OSBMr + Timoteo OSBMr
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