Los fundamentos de la oración interior /2.ª parte/

8 months ago
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La estructura para la segunda hora de oración interior
5 minutos: las cuatro verdades fundamentales (muerte, juicio, eternidad, misericordia de Dios).
10 minutos: la concrucifixión.
5 minutos: la recepción de la Madre de Jesús.

5-10 minutos: palabras motivadoras introductorias a las últimas cuatro palabras de la cruz.

10 minutos: «¡Tengo sed!».
5 minutos: «¡Elí, Elí…!».
5 minutos: «¡Consumado es!».
5 minutos: «¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!».
5 minutos: reflexión.
Palabras motivadoras para vivir las últimas cuatro palabras
Tras las palabras: «El discípulo la recibió “eis ta idia”: en sí mismo», el apóstol Juan, como testigo ocular, continúa: «Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, para que se cumpliera la Escritura, dijo: “¡Tengo sed!”». El evangelista Mateo relata: «Desde la hora sexta (es decir, el mediodía) hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora novena (es decir, las tres). Y alrededor de la hora novena, Jesús exclamó a gran voz, diciendo: “¡Elí, Elí! ¿lama sabactani?”, que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”» (Mt 27, 45-46). La oscuridad exterior pone de manifiesto la realidad de la oscuridad espiritual del mal y la separación de Dios. Se concentró durante la agonía y muerte de Cristo. «Algunos de los que estaban allí decían: “¡Éste llama a Elías!” Y al instante, uno de ellos corrió, y tomando una esponja, la empapó de vinagre, y poniéndola en una caña, le daba de beber. Pero los otros dijeron: “Deja, veamos si Elías viene a salvarlo...» (Mt 27,47-49).
«Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: “¡Consumado es!”» (Jn 19, 30).
El velo del templo separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo (v. Hb 9, 3). «El velo del templo se rasgó en dos, de arriba a abajo (Mc 15, 38). Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Y habiendo dicho esto, expiró» (Lc 23, 45-46).
Después de que el discípulo recibió a la madre de Jesús, Jesús dijo: «Tengo sed». ¿De qué tiene sed Jesús? No se trata solo de sed física, sino sobre todo de sed espiritual. Jesús tiene sed de llevar a cabo la salvación de las almas, de romper el poder de la muerte, del mal y de la esclavitud del pecado, que atenaza a todo descendiente de Adán. Esto no se ha consumado todavía con su crucifixión, pero se consumará con Su muerte. El velo espiritual del pecado original de Adán envuelve a todas las personas, a todas las naciones humanas (v. Is 25, 7). También yo tengo sed de que se quite el velo que envuelve a mi alma y que envuelve en una oscuridad espiritual a todas las personas, cuya prueba de vida existencial se realiza al mismo tiempo que la mía. Tengo sed de la luz eterna, tengo sed de la verdad, de la felicidad eterna y de la verdadera libertad. Por lo tanto, junto con Jesús, tengo sed de la ruptura de ese velo y cubierta espirituales que separan mi alma del Dios vivo.
Tengo sed del desgarro de este velo por mí y sobre todo por todos los bautizados, que igualmente están envueltos en tinieblas espirituales.
Tú, Jesús, estás crucificado y contigo nuestro viejo hombre está crucificado en este segundo, en este minuto.
Tú, Jesús, estás sumido en el más profundo abandono por parte del Padre, y expresas este dolor sumo en el grito: «Elí, Elí…» «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Sin embargo, el Padre no lo había abandonado, sino que la oscuridad del pecado, que Jesús tomó sobre sí, envolvió completamente al alma de Jesús. Al mismo tiempo, Él siente el dolor por nuestras almas que se unen voluntariamente a la mentira, al mal, a la oscuridad. Es un dolor por las almas, que no se separan de la oscuridad, sino que siguen sumidas en ella. Tomaron la decisión definitiva de permanecer en la oscuridad eterna, en el sufrimiento inmenso, que no terminará nunca. Es dolor de Aquel que ama a estas almas, que sufre porque se han apartado en la rabia contra el Dios amoroso, llenas de ingratitud y obstinación. En estos momentos, Jesús experimenta el máximo dolor físico, mental y, sobre todo, espiritual.
Entre decir «tengo sed» y «consumado es», Jesús exclama en voz alta: «Elí, Elí…», «Dios mío, Dios mío…». Expresa su anhelo de unión con Dios Padre. Por el pecado el hombre perdió a Dios, y Jesús, por Su sacrificio más doloroso del abandono, redime esta pérdida de Dios relacionada con la oscuridad espiritual.
«Consumado es» y «Padre, en tus manos…»
En el momento de «consumado es» se produjo una inflexión espiritual y una victoria espiritual sobre el reino de las tinieblas. El velo espiritual que impide la unión entre el alma y Dios se rasgó. Jesús rompió el poder del mal, y mientras vivimos en el tiempo podemos entrar siempre de nuevo en la muerte de Cristo, especialmente en la oración, o, en otras palabras, podemos hacer realidad esta ruptura, este «consumado es» en el momento presente. «Siempre estamos entregados a la muerte de Cristo» (cf. 2 Co 4, 10-11). La palabra «siempre» significa que debemos volver siempre de nuevo a la realidad de la muerte de Cristo por la fe. Su muerte nos aparta del poder del pecado y restablece nuestra unión con Dios.
Si estamos unidos a la muerte de Cristo, es decir, si nos entregamos completamente a Dios con nuestra voluntad, no podemos pecar (cf. 1 Jn 3, 6). El poder de la ley del pecado, sin embargo, siempre nos devuelve automáticamente al estado de nuestra naturaleza corrompida. Por eso estamos en oscuridad, incapaces de percibir a Dios, Su presencia, y, por consiguiente, pecamos, no importa que sean solo pecados veniales. El Apóstol señala fruto de la ley del pecado: «En efecto, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí. ... Así, pues, yo mismo, que con la razón sirvo a la ley de Dios, sirvo con la carne a la ley del pecado» (Rm 7, 19-20.25b). La liberación está solo en Jesucristo (v. 25a). La ley del Espíritu se aplica aquí: «Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha librado de la ley del pecado y de la muerte» (Rm 8, 2). La adquisición de buenos hábitos, es decir, virtudes, también desempeña un papel importante aquí. Se trata principalmente del hábito de la oración, que es la fuente de la verdadera humildad, es decir, del sentido de la verdad sobre uno mismo. La oración y la humildad son la base de otras virtudes. Sin oración y humildad, el Espíritu Santo no puede actuar.
Las palabras finales «consumado es» y «Padre…» expresan el momento de la muerte redentora de Cristo. Habiendo pronunciado las palabras «consumado es», Jesús completó nuestra salvación, cumpliendo así la voluntad del Padre. En el reino espiritual, un haz de luz se abrió paso entre las tinieblas. Así permanecerá hasta la segunda venida de Cristo. Aquellos que se salvan por la fe en Jesús pasan por este haz de luz a los brazos de Dios en la hora de la muerte. La oscuridad espiritual está representada por el sistema de este mundo y su príncipe y por las fuerzas espirituales del mal en los lugares celestiales, kosmokratores. La muerte de Cristo rompió las tinieblas y restableció la unión entre Dios y el alma. En la hora de la muerte de Cristo, el velo del templo que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo quedó visiblemente rasgado en dos. En la hora de nuestra muerte, nuestro espíritu realmente pasará a través de la columna de luz de la muerte de Cristo a los brazos de Dios. Pero ahora ya podemos entrar espiritualmente en la muerte de Cristo y, a través de ella, en los brazos del Padre. Hemos recibido el Espíritu de adopción, por el cual clamamos: «¡Abba, Padre!» (Rm 8, 15). Al profundizar en las verdades relacionadas con la muerte de Cristo realizamos el misterio del bautismo. Por el bautismo, nos sumergimos en la muerte de Cristo y se nos abre el camino hacia los brazos del Padre. Habiendo obtenido la victoria sobre las tinieblas, en el momento de su muerte, Jesús entregó su espíritu en las manos del Padre. Este es el único camino de salvación para nosotros. Jesús dijo: «Voy a preparar un lugar para vosotros… para que donde yo estoy, vosotros también estéis» (Jn 14, 2-3). Y Jesús también dijo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida; nadie viene al Padre sino por Mí».
Jesús cumplió la obra de salvación de la humanidad. No hay necesidad de añadir nada más. Solo es necesario de poner en práctica Su palabra en la obediencia de la fe. La Madre de Jesús es nuestro modelo a seguir y nuestra ayuda en este camino de fe. El velo que envolvía a cada alma se rasgó; la barrera del espíritu del mundo que mantiene a la humanidad en el engaño se rompió. Las fuerzas demoníacas de los lugares celestiales que influyen en la humanidad y la mantienen en la oscuridad de la mentira fueron derrotadas. Todo esto está contenido en las palabras «consumado es». Es la victoria final sobre el diablo, el pecado y la muerte.
Nos mantenemos en espíritu al pie de la cruz, en el lugar de la muerte de Cristo, con una columna de luz encima de nosotros. Nuestro espíritu puede ascender por la columna y unirse con el Padre celestial, poniéndose en los brazos de Dios. El espíritu de Jesús fue el primero en pasar a través de esta columna triunfal de luz. Esto se expresa en la última palabra desde la cruz: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».
Con la muerte de Cristo también se cumplió la profecía de Simeón a la Madre de Jesús: «Una espada de dolor traspasará tu alma» (Lc 2, 35). A través de esta herida espiritual en el corazón de nuestra Madre, nuestro espíritu puede entrar en el nuevo corazón, la nueva Jerusalén, y conectarse allí directamente con Dios.
Se dará luz, fuerza y gracia a los que se esfuercen por penetrar en el misterio de la muerte de Cristo. Esto también está relacionado con la Eucaristía y nuestro bautismo. No hay palabras para expresar las gracias que recibirán si perseveran en la oración interior. Dedícale también al menos una hora diaria a esta oración.
La contemplación de dos horas también la deberían practicar los laicos, al menos una vez a la semana, preferiblemente en una pequeña comunidad.

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