Vamos a orar-32- Nada más importante que Amar y Servir. Fray Nelson Medina.

1 year ago
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EL QUE NO AMA NO CONOCE A DIOS, PORQUE DIOS ES AMOR.

Parafraseando a San Juan, podríamos añadir que quien no ama tampoco conoce a su prójimo, porque no es capaz de reconocer la imagen de Dios en los demás.

La falta de caridad embota tanto la inteligencia y las demás potencias que le hace insensible a los requerimientos del Señor, y le impide dar el justo agradecimiento al prójimo.

Pero, lo que es todavía más grave, le imposibilita que el Señor lo reconozca en calidad de hijo suyo: es como si se impidiese a Dios tocar el alma de quien se ha cerrado completamente a la gracia.

LA IMPORTANCIA DE CADA PERSONA

La caridad adquiere su pleno sentido cuando nos ponemos al servicio de los demás; cuando aceptamos que la vocación cristiana consiste en ser un don para los otros, de modo que muchos encuentren a Cristo.

Es el ejemplo que Jesús mismo nos ha dejado, y del que nos hablan los testigos de su paso por la tierra: se alegra con las alegrías de sus amigos, y sufre ante su dolor.

Siempre tuvo tiempo para detenerse con los demás: se sobrepuso al cansancio para hablar con la
samaritana; se detuvo con la hemorroisa, cuando le esperaban en la casa de Jairo; y en el dolor de la Cruz, entabla con el buen ladrón un diálogo que abre las puertas del Cielo.

Además, el suyo fue un cariño concreto: le vemos preocupado por el alimento de quienes le rodean, y poniendo los medios para atender esa necesidad material; se interesa por que los
discípulos descansen, y los lleva a un lugar apartado para gozar de su compañía.

Los ejemplos podrían multiplicarse, pero en el fondo todos nos indican la categoría que Dios da a
cada persona.

En esto se manifiesta la amistad, en poner en primer lugar a los demás, en dedicarles tiempo, es decir, trato personal.

Esa fue la clave que nos dio nuestro Padre para mostrar a Cristo, y Jesús nos lo enseñó con su vida: siempre tuvo tiempo para dedicarse a cada uno, para detenerse con todos.

La caridad conquista su verdadero sentido cuando la vida del otro se convierte en la prioridad de mi vida.

Las personas que se acercan a un auténtico cristiano han de descubrir el amor personal de Dios, al palpar cómo se les trata, cómo se les valora, cómo se les escucha, cómo se tienen en cuenta sus virtudes, cómo se les hace partícipes de esta aventura sobrenatural.

¿Cómo ayudar a las almas en esa dirección espiritual que, quizá sin ese nombre, se da en el apostolado?

Medita: los instrumentos más fuertes y eficaces, si se les trata mal, se mellan, se desgastan y se
inutilizan.

Expresado en positivo, se trata de hacer ver a cada persona los talentos que ha recibido de Dios, y algunos modos de ponerlos al servicio de quienes le rodean; se estimula su iniciativa, como hizo
Jesús con los apóstoles formándoles uno a uno, buscando que todos den lo mejor de sí; nos hacemos cargo de su situación, de sus imperativos familiares o laborales, situándonos en su lugar; compartimos los proyectos, los desafíos de la sociedad de hoy, la misión de la Iglesia y de la Obra en un mundo que clama sal y luz, aun sin saberlo.

Y todo ello, aderezado con la sal de la caridad. La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad; todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

La caridad está dispuesta a buscar el bien de todos, por eso requiere un corazón grande, generoso, que aprenda a superar los propios defectos y los ajenos, los enfados, el malhumor, las contestaciones desagradables.

Es paciente, con fortaleza de espíritu: sabe esperar, no humilla, por amor soporta cualquier
cosa.

No murmura ni se goza en el dolor o en las contrariedades que sufren los otros, no intenta sobresalir.

Tiene siempre a mano una palabra amable de comprensión y serenidad.

El cristiano ha de fomentar un sano espíritu de diálogo con todo tipo de personas, evitando que las propias opiniones le lleven a discriminaciones injustas, o que su modo de ser o decir se haga odioso para quienes piensen de modo distinto.

Para lograrlo, es importante escuchar las razones del otro, interiorizar sus argumentos; de otro
modo no habría verdadero diálogo, porque notarían que no nos interesa lo que dicen: es preciso saber mirar también desde su punto de vista.

Esto no significa transigir en cuestiones que no nos pertenecen, pues son de Dios, o que –por temor a contristar– se oculten o tergiversen las enseñanzas de Jesús.

Una actitud así supondría engañar a quienes queremos, o cerrarles el camino a la única verdad que puede satisfacer plenamente sus corazones y aplacar sus inquietudes.

Antes bien, la caridad de Cristo robustece las propias opiniones, al tiempo que sosiega el corazón y dulcifica los modos de decir.

De esta forma, hacemos más cercano el mensaje de Jesús, portador de esperanza y salvación.

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