CRISTO nos conduce al conocimiento del PADRE y del ESPÍRITU SANTO. Fray Nelson Medina.

1 year ago
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Dios es Padre: nos comunica la vida, se ocupa con cariño infinito de todo lo nuestro, cuida en cada momento de nosotros, nos sigue día a día con una providencia cuyos caminos a veces permanecen ocultos, incluso incomprensibles para nosotros, pero en la que debemos apoyarnos y
confiar siempre.

Sostenida por esta luz, la vida ordinaria, nuestra vida de hombres y mujeres corrientes, se revela en su auténtico y profundo sentido, rebosante de riqueza sobrenatural y humana.

Desaparecen la trivialidad, la monotonía, la consideración de los quehaceres cotidianos como
necesidades inevitables, pero rutinarias y sin valor.

La vida de familia, el ir y venir de cada jornada, el trabajo y las diversas ocupaciones se nos presentan, por el contrario, como un don divino que se asume gustosamente a título de servicio.

Ya no hay entonces espacio para la actitud fría y encogida, entre farisaica y puritana, que reduce la
religiosidad a un mero intentar estar en regla con un Dios de la severidad.

Ni tampoco para la superficialidad o la rutina en el trato con Dios.

Para quien interioriza con hondura la realidad de la filiación divina, para quien es consciente de la cercanía constante y solícita de Dios, ese esquema de la religión carece de sentido.

Nuestra biografía personal está armónicamente entrelazada con la providencia amorosa de nuestro Padre Dios.

En realidad, ninguna criatura humana a lo largo de la historia ha transitado a solas, porque Dios ha permanecido siempre al lado de sus hijos.

Se dan ciertamente situaciones difíciles, que no podemos entender con nuestra inteligencia.

Pero tampoco entonces cabe dudar del amor de Dios; en esas circunstancias, con la seguridad que presta la fe, es preciso mirar a Jesús.

Para eso envió Dios a su Hijo al mundo, para que fuésemos también nosotros sus hijos en el Hijo; y para que, contemplándolo, conociéramos la magnitud de su amor.

El Padre manifiesta su paternidad a través de las palabras y de la vida del Hijo eterno, que entró en la historia humana al asumir nuestra naturaleza.

Cristo, con sus obras y sus palabras, nos revela al Padre y nos da a conocer su Amor infinito.

El Espíritu Santo actúa siempre con Cristo, desde Cristo, y conformando a los cristianos con Cristo.

Su acción se realiza en la Iglesia por medio de los sacramentos. En ellos Cristo comunica su Espíritu a los miembros de su Cuerpo, y les ofrece la gracia de Dios, que da frutos de vida nueva,
según el Espíritu.

El Espíritu Santo también actúa dando gracias especiales a algunos cristianos para el bien de toda la Iglesia, y es el Maestro, recordando a todos los cristianos aquello que Cristo ha revelado (Jn 14,25s).

Cristo y el Espíritu son “las dos manos de Dios”, las dos misiones de dónde ha salido la Iglesia (San Ireneo de Lyon).

«El Espíritu Santo edifica, anima y santifica a la Iglesia; como Espíritu de Amor, devuelve a los bautizados la semejanza divina, perdida a causa del pecado, y los hace vivir en Cristo la vida misma de la Trinidad Santa.

Los envía a dar testimonio de la Verdad de Cristo y los organiza en sus respectivas funciones, para que todos den “el fruto del Espíritu” (Gal 5,22)»

Cuando decimos en el Credo que “creo en el Espíritu Santo; la Santa Iglesia Católica”, estamos afirmando que creemos en el Espíritu Santo que actúa en la Iglesia, santificándola, edificándola según la medida de Cristo, animándola a realizar la misión que tiene confiada.

Aunque la expresión literal en las lenguas vernáculas parezca afirmar que el acto de fe está dirigido hacia la Iglesia, no es así en la lengua latina.

El acto de fe se dirige a Dios y no a las obras de Dios.

La Iglesia es una obra de Dios, y en el credo afirmamos creer que ella es una obra de Dios

Solemos decir que el Espíritu Santo es como el alma de la Iglesia porque realiza en ella algunas de las funciones que el alma realiza en el cuerpo: la vivifica, la empuja a la misión, la unifica en el amor.

Pero la relación del Espíritu Santo con la Iglesia no es igual a la que existe entre el alma y el cuerpo humano, que forman una persona.

Por eso no decimos que la Iglesia es la personificación del Espíritu ni una encarnación suya.

La acción del Espíritu Santo en la Iglesia también se concreta en su influjo continuado en el alma de todos los cristianos.

En efecto, además de su acción en los sacramentos, el Espíritu nos hace crecer en Cristo, hasta que tengamos la estatura del hombre perfecto.

Es el maestro interior que habla en el corazón del hombre, le descubre los misterios de Dios, le hace discernir lo que es agradable a Dios, su divina y amorosa Voluntad para cada uno.

El Espíritu nos enseña a dirigirnos a Dios, a hablar con Él (Rm 8,26), y nos ayuda a evaluar todo con el sentido de la fe.

Este don del Espíritu nos ayuda a percibir las cosas, los acontecimientos, las personas, los
movimientos interiores del alma, valorándolos según nos acercan o apartan de Dios.

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