Testigo de Jehová descubre que los judíos sí permiten las transfusiones de sangre. Testimonio.

1 year ago
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@LaFedelaIglesia

TESTIGO DE JEHOVÁ SE CONVIERTE AL CATOLICISMO POR AMOR A JESUCRISTO.

EN ESTE VIDEO, CON EL APOLOGETA CATÓLICO JOSÉ PLASCENCIA, ACLARA LA INCONGRUENCIA DE LA PROHIBICIÓN DE LAS TRANSFUSIONES DE SANGRE EN LA DOCTRINA DE LOS TESTIGOS DE JEHOVÁ.

Y LA CONFRONTA CON LOS JUDÍOS, LOS CUALES SI AUTORIZAN LA TRANSFUSIÓN DE SANGRE.

1. Las leyes de sangre del A.T. son un reflejo de una cultura primitiva y no fueron dictadas por Dios y sólo tendían a inculcar al pueblo del A.T. el sentido sagrado de la vida.

Por tanto las muchas leyes de sangre del A. T. no son doctrina eterna. Recordemos que Cristo vino a perfeccionar la antigua Ley.

Ahora sabemos muy bien que el alma humana no se identifica con una cosa material como es la sangre.

Propiamente hablando, el alma no habita en un cuerpo con sangre, sino que se expresa en el hombre entero.

Y cuando los Testigos de Jehová se aferran a las creencias del A.T., ellos olvidan que la ley del A.T. fue perfeccionada por Jesucristo y que muchas costumbres de aquel tiempo no tienen valor en la Nueva Alianza que comenzó con Cristo.

Los Testigos de Jehová y muchos otros se quedaron en el A.T. y no aceptan la evolución que está en la Biblia; ellos no interpretan bien toda la Biblia ya que se quedaron en una práctica judía antigua y no siguieron el cumplimiento del N.T.

Esto sucede porque interpretan la Biblia en forma literal y parcial, y además arreglaron la Biblia a su manera con traducciones equivocadas y malas interpretaciones. (Ninguna de las Iglesias Cristianas acepta la Biblia arreglada por los Testigos de Jehová).

2. En Jesucristo fue superada la Antigua Alianza y la ley de Moisés. Los pri-meros cristianos muy pronto terminaron con muchas prácticas del A.T., como por ejemplo, la observación del día sábado, etc. y entre estas cosas el N.T. abolió también las leyes de sangre.

Es verdad que entre los primeros cristianos de origen judío persistía al comienzo la ley de sangre, y algunas comunidades cristianas judías fueron injustamente obligadas a observar esta práctica (Hech.15, 29)

Pero esta observancia se hizo solamente por un breve tiempo para no escandalizar a los de conciencia débil.

Pronto fue superado este problema y las iglesias siguieron el consejo de Jesucristo: «No hay nada de fuera que ensucie el alma» (Mc. 7,15).

Finalmente el Apóstol Pablo escribe en forma muy tajante a los colosenses: «Que nadie les venga a molestar por cuestiones de comida o bebida» (Col.2,16).

«Todos los alimentos son buenos y todas las cosas les servirán de alimento» (1 Tim. 4,3-6).

3. Dios es el Dios de la vida. «Dios no se complace en la muerte de nadie» (Ez.18, 32). «No creó al hombre para dejarlo morir, sino para que viviera» (Sab. 1, 13; 2, 23).

Para Jesús la vida era cosa preciosa, y «salvar una vida» prevalecía sobre la ley del sábado (Mc. 3, 4), porque «Dios no es un Dios de muertos sino de vivos» (Mc. 12, 27).

El mismo sanó y devolvió la vida como si no pudiera tolerar la presencia de la muerte. «Si hubieras estado aquí, mi hermano Lázaro no hubiese muerto», le dijo Marta a Jesús (Jn.11, 21).

Jesús, Dios-hombre, dijo que El es la vida, y ha venido a servir, y murió como rescate para provecho de la multitud (Mc. 10,45).

4. Seamos seguidores de Cristo. A ejemplo de Cristo, podemos dar nuestra vida por amor al prójimo.

«Nadie tiene más amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn. 15, 13).

Por supuesto que nuestra vida está en la mano de Dios. Pero si Dios nos ha dado inteligencia y voluntad, y con ellas podemos salvar la vida de otros, entonces esto es la voluntad de Dios.

Todo lo que el hombre realiza en la medicina moderna para respetar la vida y sanar a los enfermos es voluntad de Dios.

Y sería un pecado gravísimo dejar morir a una persona que, con buenos remedios y con una transfusión de sangre, puede ser sanada.

En este sentido «dar sangre» para hacer una transfusión no es ningún atentado contra Dios, sino que puede llegar a ser un acto heroico de caridad.

Por supuesto, que hay que atenerse a la reglamentación necesaria en cuanto a higiene y desinfección, porque en asunto tan delicado hay que evitar todo posible contagio de SIDA y otras enfermedades.

Frente a la transfusión de sangre, entonces, hay una sola palabra: «Conocemos el amor con que Jesucristo dio su vida por nosotros; así también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos».

Y eso mismo vale para la donación de órganos. Es muy humano y cristiano solidarizar con un enfermo hasta el punto de ceder los propios órganos para ser trasplantados a otras personas que carecen de ellos.

Ello se puede hacer tanto en vida como después de la muerte. Y a diario vemos padres que donan ojos o riñones para sus hijos, ¡qué ejemplo de caridad!

Estos son gestos que hay que recomendar, ya que tanto con la donación de sangre como con la donación de órganos podemos salvar una vida.

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