El Herodes que quizás llevamos dentro. Fray Nelson Medina.

1 year ago
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« Hemos visto su estrella en Oriente y
venimos a adorarle. Al oír esto, el Rey
Herodes se turbó y, con él, toda
Jerusalén ( Mt 2, 2-3). Todavía hoy se
repite esta escena. Ante la grandeza
de Dios, ante la decisión, seriamente

humana y profundamente cristiana,
de vivir de modo coherente con la
propia fe, no faltan personas que se
extrañan, y aun se escandalizan,
desconcertadas. Se diría que no
conciben otra realidad que la que
cabe en sus limitados horizontes
terrenos. Ante los hechos de
generosidad, que perciben en la
conducta de otros que han oído la
llamada del Señor, sonríen con
displicencia, se asustan o —en casos
que parecen verdaderamente
patológicos— concentran todo su
esfuerzo en impedir la santa
determinación que una conciencia ha
tomado con la más plena libertad.
»Yo he presenciado, en ocasiones, lo
que podría calificarse como una
movilización general, contra quienes
habían decidido dedicar toda su vida
al servicio de Dios y de los demás
hombres. Hay algunos, que están
persuadidos de que el Señor no
puede escoger a quien quiera sin
pedirles permiso a ellos, para elegir a
otros; y de que el hombre no es capaz
de tener la más plena libertad, para

responder que sí al Amor o para
rechazarlo. La vida sobrenatural de
cada alma es algo secundario, para
los que discurren de esa manera;
piensan que merece prestársele
atención, pero sólo después que estén
satisfechas las pequeñas
comodidades y los egoísmos humanos
(...).
»Considerad el caso de Herodes: era
un potente de la tierra, y tiene la
oportunidad de servirse de la
colaboración de los sabios: reuniendo
a todos los príncipes de los sacerdotes
y a los escribas del pueblo, les
preguntó dónde había de nacer el
Mesías ( Mt 2, 4). Su poder y su
ciencia no le llevan a reconocer a
Dios. Para su corazón empedernido,
poder y ciencia son instrumentos de
maldad: el deseo inútil de aniquilar a
Dios, el desprecio por la vida de un
puñado de niños inocentes».
San Josemaría (siglo XX). Es Cristo que
pasa, n. 33.
* * *

«No nos entristezcamos por su
muerte, antes bien, alegrémonos,
porque han recibido el premio
merecido. Cuando ellos murieron
entre los tormentos, Raquel, es decir,
la Madre Iglesia, los acompañó con
luto y lágrimas. Mas la Jerusalén
celestial, que es Madre de todos
nosotros, acogió inmediatamente con
signos de alegría a los que habían
sido arrojados de la tierra y los
introdujo en la gloria de su Señor,
para que de Él recibieran la corona.
Por este motivo, San Juan afirma que
"estaban delante del trono y del
Cordero, vestidos con vestiduras
blancas, y llevaban palmas en sus
manos" ( Ap 7,9). Ahora, coronados,
están de pie ante el trono de Dios los
mismos que antes yacían, aplastados
por los sufrimientos, ante los
tribunales terrenos. Se hallan en
presencia del Cordero y no podrán
ser excluidos, por ningún motivo, de
la contemplación de su gloria, del
mismo modo que aquí abajo ningún
suplicio pudo apartarlos del amor
(...). "Por esto están delante del trono
de Dios y le sirven de día y de noche

en su santuario" ( Ap 7, 15).
»Estar en la presencia de Dios,
alabarlo sin interrupción, no es un
servicio fatigoso, sino algo muy grato
y codiciable; la expresión "de día y de
noche" no significa propiamente
sucesión del tiempo, sino que indica
de modo simbólico la perpetuidad. En
los atrios de Cristo "ya no existirá la
noche" ( Ap 21, 25), sino un día único,
más feliz que mil días en cualquier
otro lugar. En ese día, Raquel ya no
llorará por sus hijos, pues Dios
"enjugará las lágrimas de sus ojos" (
Ap 7, 17); sino que "gritará con voces
de júbilo y de victoria en sus tiendas"
( Sal 117, 15)».

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