DK4 -24- Lo Básico del Nuevo Testamento. Catecismo y Teología Básicos. FRAY NELSON MEDINA.

1 year ago
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El Nuevo Testamento habla en mil modos diversos de un nuevo comienzo para la humanidad.

La misma palabra evangelio quiere decir justo eso: la buena noticia.

Desde el arranque de su ministerio público, Cristo anuncia abiertamente el cumplimiento de los tiempos y la venida del Reino de Dios: el tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está al llegar; convertíos y creed en el Evangelio.

Pero esto no significa que el Señor quiera cambiar todo. No es un revolucionario o un iluminado. De hecho, por ejemplo, para hablar de la indisolubilidad del matrimonio, toma como punto de partida lo que Dios hizo en el origen, cuando creó a la mujer y al hombre.

Por eso declaró: no penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirlos sino a darles su plenitud; y, en repetidas ocasiones, conminó a los discípulos a que cumplieran fielmente los mandamientos que Moisés había comunicado al pueblo de parte de Dios.

Y sin embargo, en la predicación del Señor hay, sin duda, un aire nuevo, liberador.

Por una parte, la doctrina de Jesús desarrolla elementos ya presentes en el Antiguo Testamento, como son la rectitud de intención, el perdón, o la necesidad de amar a todos los hombres sin restricción, en particular a los pobres y a los pecadores.

En Cristo se da cumplimiento a las antiguas promesas que Dios hizo a los profetas. Por otra parte, la llamada del Señor se dirige de modo radical y perentorio no a un pueblo, sino a todos los hombres, a los que llama uno por uno.

La novedad de la presencia y actuación de Jesucristo se percibe también de otro modo,
desconcertante a primera vista: muchos hombres lo rechazan.

Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron, dice San Juan. Ese rechazo de parte de los hombres
pone todavía más de relieve, si es posible, lo incondicional de la entrega y de la caridad del Señor hacia la humanidad.

Además, este rechazo lo llevó derechamente a su muerte en la Cruz, libremente abrazada, sacrificio único y definitivo, fuente salvífica para todos los hombres.

Pero Dios fue fiel a su promesa, y la potencia del mal no pudo apagar la entrega divina de Jesús, como manifestó la Resurrección.

La fuerza salvífica que Dios introdujo en el mundo por la Encarnación de su Hijo, y sobre todo por su Resurrección, es la novedad absoluta, universal y permanente.

Esto se aprecia desde el inicio de la predicación apostólica: con alegría desbordante, los apóstoles proclamaron por toda Judea, por el Imperio Romano y por el mundo entero que Jesús había resucitado; que el mundo podía cambiar, que cada mujer, cada hombre podían cambiar; que ya no estábamos sometidos a la ley del pecado y de la muerte eterna.

Cristo, asentado a la derecha del Padre, dice: mira, hago nuevas todas las cosas.

En Cristo, Dios ha tomado de un modo nuevo las riendas del mundo y de la historia humana, sumidos en el pecado, para llevarlos a su realización plena.

A pesar de todas la dificultades que los cristianos de la primera hora tuvieron, miraban al futuro con esperanza y optimismo.

Y contagiaban sin cesar su fe entre todas las personas que tenían alrededor.

La novedad de la vida eterna después de la muerte

En el mundo pagano era común considerar el futuro como una simple réplica del pasado.

El cosmos existía desde siempre y, dentro de grandes mutaciones cíclicas, perduraría para
siempre.

Según el mito del eterno retorno, todo lo que tuvo lugar ayer, volvería en el futuro.

En este contexto antropológico-religioso, el hombre sólo podía salvarse escapando de la materia, en una especie de éxtasis espiritual separado de la carne; o viviendo en este mundo, como decía San Pablo, sin miedo ni esperanza.

En los primeros siglos del cristianismo, los paganos siguen una ética más o menos recta; creen en Dios o en los dioses y les dirigen un culto asiduo, en búsqueda de protección y consuelo; pero les falta la esperanza cierta de un futuro feliz.

La muerte era un puro truncamiento, un sinsentido.

Por otra parte, la voluntad de vivir para siempre es profunda en el hombre, como manifiestan los
filósofos, los literatos, los artistas, los poetas y, de modo eminente, los que se aman.

El hombre ansía perdurar; y tal deseo se manifiesta de múltiples modos: en los proyectos humanos, en la voluntad de tener hijos, en el deseo de influir sobre la vida de otras personas, de ser reconocido y recordado; en todo esto, se puede adivinar la tensión humana hacia la
eternidad.

Hay quien piensa en la inmortalidad del alma; hay quien entiende la inmortalidad como reencarnación; hay, en fin, quien ante el hecho cierto de la muerte decide poner todos los medios para conseguir el bienestar material o el reconocimiento social: bienes que nunca serán suficientes, porque no sacian, porque no dependen sólo de la propia voluntad.

En medio del dilema de la muerte y de la inmortalidad, el poder recreador de Dios se hace presente en la vida, pasión y resurrección de Jesucristo.

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