La Asunción de la Virgen María al Cielo. Padre Luis Toro.

2 years ago
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«La Sagrada Escritura nos presenta a la excelsa Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo y siempre partícipe de su suerte.

De donde parece imposible imaginar separada de Cristo —si no con el alma, al menos con el cuerpo— después de esta vida, a Aquella que lo concibió, le dio a luz, lo nutrió con su leche, lo
llevó en sus brazos y lo apretó contra su pecho.

Desde el momento en que nuestro Redentor es Hijo de María, no podía menos de honrar —como observador perfectísimo de la divina Ley que era—, además de al Eterno Padre, también a su amadísima Madre.

Pudiendo, pues, dar a su Madre tanto honor al preservarla inmune de la corrupción del sepulcro, debe creerse que lo hizo realmente.

Pero se ha recordado especialmente que desde el siglo II la Virgen María es presentada. por los Santos Padres, como nueva Eva estrechamente unida al nuevo Adán, si bien sujeta a Él, en aquella lucha contra el enemigo infernal, que, como fue preanunciado en el Protoevangelio (cfr. Gn 3, 15), habría terminado con la plenísima victoria sobre el pecado y sobre la muerte, siempre unidos en
los escritos del Apóstol de las gentes (cfr. caps. Rm 5 y 6; 1 Cor 15, 21-26.54- 57).

Por eso, como la gloriosa resurrección de Cristo fue parte esencial y signo final de esta victoria, así también para María la común lucha debía concluir con la glorificación de su cuerpo virginal
porque — como dice el mismo Apóstol— cuando... este cuerpo mortal sea revestido de inmortalidad, entonces sucederá lo que fue escrito: la muerte fue absorbida en la victoria (1 Cor 15, 54).

»De tal modo, la augusta Madre de Dios, misteriosamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad con un mismo decreto de predestinación, inmaculada en su concepción, virgen sin mancha en su divina maternidad, generosa socia del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sobre sus consecuencias, al fin, como supremo coronamiento de sus privilegios, fue preservada de la corrupción del sepulcro, y vencida la muerte —como antes fue vencida por su Hijo—, fue elevada en alma y cuerpo a la gloria celestial, donde resplandece como Reina a la diestra de su Hijo, Rey inmortal de los siglos (cfr, 1 Tm 1, l7) (...).

»Por tanto, después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces e invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para acreditar la gloria de esta misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de
Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo, y con la nuestra,
pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la inmaculada Madre de Dios siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial.

»Por eso, si alguno, lo que Dios no quiera, osase negar o poner en duda voluntariamente lo que por Nos ha sido definido, sepa que ha naufragado en la fe divina y católica».

¿Es posible que María de Nazaret haya experimentado en su carne el drama de la muerte?

Reflexionando en el destino de María y en su relación con su Hijo divino, parece legítimo responder afirmativamente: puesto que Cristo murió, sería difícil sostener lo contrario por lo que se refiere a su Madre.

»En este sentido razonaron los Padres de la Iglesia, que no tuvieron dudas al respecto.

Es verdad que en la Revelación la muerte se presenta como castigo del pecado.

Sin embargo, el hecho de que la Iglesia proclame a María liberada del pecado original por singular privilegio divino, no lleva a concluir que recibió también la inmortalidad corporal.

La Madre no es superior al Hijo, que aceptó la muerte, dándole nuevo significado y transformándola en instrumento de salvación.

»María, implicada en la obra redentora y asociada a la ofrenda salvadora de Cristo, pudo compartir el sufrimiento y la muerte con vistas a la redención de la humanidad.

»El Nuevo Testamento no da ninguna información sobre las circunstancias de la muerte de María.

Este silencio induce a suponer que se produjo normalmente, sin ningún hecho digno de mención.

Si no hubiera sido así, ¿Cómo habría podido pasar inadvertida esa noticia a sus contemporáneos, sin que llegara, de alguna manera, hasta nosotros?

Cualquiera que haya sido el hecho orgánico y biológico que, desde el punto de vista físico, le haya producido la muerte, puede decirse que el tránsito de esta vida a la otra fue para María una maduración de la gracia en la gloria, de modo que nunca mejor que en ese caso la muerte pudo concebirse como una “dormición"».

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