La Transformación Interior Que Realiza La Gracia. Fray Nelson Medina.

2 years ago
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1. LA GRACIA

Desde toda la eternidad, «antes de la creación del mundo» (Ef 1,4), Dios ha llamado al hombre a participar de su propia vida trinitaria, que es el fin último de las criaturas libres.

Se trata lógicamente de una pura iniciativa de Dios, es decir, una gracia.

Por ello en el Catecismo de la Iglesia Católica si lee que «esta vocación a la vida eterna es sobrenatural»

Para conducirnos a este fin último sobrenatural, Dios nos concede ya en esta tierra un
inicio de esa participación que será plena en el cielo, lo que Santo Tomás llama la «incoación de la gloria»

Este don es la gracia santificante, que:

— «es el don gratuito que Dios nos hace de su vida, infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma, para sanarla del pecado y santificarla»

— «es una participación en la vida de Dios», que nos diviniza

— es, por tanto, una nueva vida, sobrenatural; como un nuevo nacimiento por el que somos constituidos en hijos de Dios por adopción, partícipes de la filiación natural del Hijo: «hijos en el Hijo»

— nos introduce así en la intimidad de la vida trinitaria. Como hijos adoptivos, por medio
del Espíritu Santo (cfr. Rm 8,15; Ga 4,6) que nos hace conformes al Hijo Unigénito, podemos llamar «Padre» a Dios-

— es «gracia de Cristo», porque nos llega como participación de la gracia de Cristo: «De su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia» (Jn 1, 16).

La gracia nos configura con Cristo (cfr. Rm 8, 29); teniendo su origen en Cristo, nos llega en y a
través de la Iglesia, su Cuerpo, y por ello por medio de la palabra de Dios y de los sacramentos, especialmente el Bautismo.

— Es «gracia del Espíritu Santo», porque es infundida en el alma por el Espíritu Santo, que inhabita en el alma del cristiano como en un templo (cfr. Rm 8,9; 1 Co 3,16s; 6,19s), junto con el Padre y el Hijo.

La gracia santificante se llama también gracia habitual porque es una disposición estable que perfecciona al alma por la infusión de virtudes, para hacerla capaz de vivir con Dios, de obrar por su amor

Por esto si puede hablar de un ‘estado de gracia’ en el cristiano.

La gracia obra dos efectos principales en el hombre: la justificación y la santificación.

2. LA JUSTIFICACIÓN

Ya que todos los hombres nacen en un estado pecaminoso, «pecado original» (cfr. Ef 2,3),
la primera obra de la gracia en nosotros es la justificación (cfr.

Se llama justificación al paso del estado de pecado al estado de gracia (o “de justicia”, porque la
gracia nos hace “justos”)

Ésta tiene lugar en el Bautismo, y cada vez que Dios perdona los pecados mortales e infunde la gracia santificante (ordinariamente en el sacramento de la penitencia)

La justificación «es la obra más excelente del amor de Dios» cfr. Ef 2, 4-5).

3. LA SANTIFICACIÓN

Dios no niega a nadie su gracia, porque quiere que todos los hombres se salven (1 Tm 2,
4): todos los fieles están llamados a la santidad (cfr. Mt 5, 48)8

La gracia «es en nosotros la fuente de la obra de santificación»; sana y eleva nuestra naturaleza –dañada por el pecado de origen– haciéndonos capaces de obrar como hijos de Dios, y de reproducir en el bautizado la imagen de Cristo (cfr. Rm 8,29): es decir, de ser, cada uno, como decía san Josemaría, , otro Cristo. Esta semejanza con Cristo se manifiesta especialmente através de las virtudes.

Más concretamente, la santificación se identifica con el progreso en santidad; consiste en
la unión cada vez más íntima con Dios ), hasta que el cristiano llega a ser no sólo otro Cristo sino , el mismo Cristo: es decir, una sola cosa con Cristo, como miembro suyo (cfr. 1 Co 12, 27).

Para crecer en santidad es necesario cooperar libremente con la gracia, y esto requiere esfuerzo, lucha, a causa del desorden introducido por el pecado, la inclinación al pecado).

Por esta razón, dice el Catecismo, «no hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual».

En consecuencia, para vencer en la lucha ascética, ante todo hay que pedir a Dios la gracia
mediante la oración y la mortificación —«la oración de los sentidos»– y recibirla en los
sacramentos.

La unión con Cristo sólo será definitiva en el Cielo.

Por esto, a nadie le es garantizado de antemano la propia salvación; hay que pedir a Dios la gracia de la perseverancia final: es decir, el don de morir en gracia de Dios

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