El Proyecto de nuestro Señor Jesucristo. Padre Luis Toro.
Los Evangelios dejan entrever la frecuencia con que el Señor se refería a la Sagrada Escritura en su predicación.
En una ocasión está hablando claramente acerca de su divinidad, de su ser uno con el Padre ( Jn 5,19).
Sus interlocutores le escuchan perplejos, e incluso escandalizados, y les dice: «Examinad las Escrituras, ya que vosotros pensáis tener en ellas la vida eterna: ellas son las que dan testimonio de mí» (Jn 5,39)
La doctrina que oían de los labios de Jesús les parecía un desafío a su celo por proteger la fe de
sus padres, porque debían todavía elevarse a una inteligencia mayor; debían prepararse para recibir, del mismo Dios, «toda la verdad» (Jn 16,13): la verdad viva, la verdad en Persona, que es Jesucristo.
La Iglesia anima por eso a todos los cristianos a profundizar cada vez más en «el sublime conocimiento de Jesucristo (Flp 3,8) con la lectura frecuente de las divinas Escrituras».
Y como, a decir de san Jerónimo, «el desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo», la Sagrada Escritura solo puede tomar más importancia conforme avanzamos en nuestro camino cristiano, hasta el punto de que «respiremos con el Evangelio, con la Palabra de Dios».
Si la Sagrada Escritura es «el alma de toda la teología, también está llamada a estar en el centro de nuestro pensamiento y de nuestra vida.
De un modo gráfico, el santo Padre planteaba en este sentido unas preguntas que dan que pensar:
¿Qué sucedería si usáramos la Biblia como tratamos nuestro móvil? Si la llevásemos siempre con nosotros, o al menos el pequeño Evangelio de bolsillo.
¿Qué sucedería?; si volviésemos atrás cuando la olvidamos: tú te olvidas el móvil – ¡oh!–, no lo tengo, vuelvo atrás a buscarlo; si la abriéramos varias veces al día; si leyéramos los mensajes de Dios contenidos en la Biblia como leemos los mensajes del teléfono, ¿qué sucedería?].
DE LA ESCRITURA A LA VIDA
Escribiendo a Timoteo, que estaba al frente de la Iglesia de Éfeso, san Pablo le recuerda: «desde niño conoces la Sagrada Escritura, que puede darte la sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argumentar, para corregir y para educar en la justicia, con el fin de que el hombre de Dios esté bien dispuesto, preparado para toda obra buena» (2 Tim 3,15-17).
El Apóstol dice literalmente, si atendemos al texto griego, que el hombre de Dios –quien vive de su Palabra– está “equipado” para actuar: tiene ya lo verdaderamente necesario para su vida de apóstol.
Más rotundamente lo dice el salmista, en la extensa meditación sobre la Palabra de Dios que es el salmo 119: Mejor es para mí la Ley de tu boca que montones de oro y plata» (Sal 119 [118], 72).
Jesús nos llama a identificarnos con Él, a vivir en Él. Y nos espera en «el Pan y la Palabra]: en su
presencia silenciosa y eficaz en la Eucaristía, y en el diálogo, siempre abierto por parte de Dios, de la oración. Este diálogo, aun cuando discurre sobre mil cosas de nuestra vida cotidiana, encuentra su núcleo más íntimo en la Escritura.
Así sería la oración de Jesús: profundamente radicada en la Palabra de Dios. Y así también está llamada a ser la nuestra.
Al abrir el Santo Evangelio, piensa que lo que allí se narra –obras y dichos de Cristo– no sólo has de saberlo, sino que has de vivirlo.
Todo, cada punto relatado, se ha recogido, detalle a detalle, para que lo encarnes en las circunstancias concretas de tu existencia.
–El Señor nos ha llamado a los católicos para que le sigamos de cerca y, en ese Texto Santo, encuentras la Vida de Jesús; pero, además, debes encontrar tu propia vida.
Aprenderás a preguntar tú también, como el Apóstol, lleno de amor:
“Señor, ¿qué quieres que yo haga?...” –¡La Voluntad de Dios!, oyes en tu alma de modo terminante.
Pues, toma el Evangelio a diario, y léelo y vívelo como norma concreta. –Así han procedido los santos -decía san Gregorio Magno: la vida de los santos es una lectura viva de la Escritura; una lectura encarnada, transformada en gestos, palabras, obras.
Si los Padres de la Iglesia decían que, con la Encarnación, el Verbo de Dios se había abreviado[],
también en las vidas de los santos se abrevia Jesús: se hace pequeña la Palabra de Dios, para extenderse después por el mundo a través de sus obras y palabras.,
También sucede así con las conversiones personales, y tantas vidas de profunda y ordinaria
santidad que pasan ocultas a la historia, pero que actúan poderosamente sobre ella, de modos
que solo Dios conoce: «¡La Iglesia está llena de santos escondidos!
Se alimentan, todos ellos, de la Escritura: porque aún más que de pan, el hombre vive «de toda palabra que procede de la boca de Dios» (Mt4,4).
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